11 «LAGUNA»

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El café de la mañana me sienta fenomenal

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El café de la mañana me sienta fenomenal. Pasar la noche sin el celular como una extensión de mi cuerpo me obligó a dormir temprano para despertar antes que el sol. Revisé el cuarto de Bruno, pero estaba vacío y al bajar al comedor tampoco lo he encontrado; sé que él adora distraerse y que más de una vez, en esas fiestas ha pactado uno que otro trabajo importante, pero él es consciente de los duros días que atravieso y esperaba que estuviera a mi lado o que al menos no hubiera dejado la casa irreconocible, con sábanas sobre los muebles, manchas de licor en la mesa y vino en el suelo, e incluso dos vasijas rotas que ocultó dentro de unas cajas que olvidó sacar; sin embargo, trato de dirigir mis pensamientos por otro camino y repaso la conversación que tuve con Darío en el restaurante.

Para variar, se comportó de una manera más decente que en nuestros encuentros pasados, que si bien recuerdo, se han limitado a una obligada interacción por el trabajo. Atrapo la taza con ambas manos y absorbo el calor; todo indica, y me entrego a esa ilusión, de que el día será mejor que los anteriores y podré liberarme del estrés que he acumulado: como si fuera interferencia, una extraña sensación que no logro nombrar aún atraviesa mi pecho y mientras más le presto atención, más rápido noto que la garganta se me cierra y se me acelera el pulso.

El primero de los rayos crea un destello rojizo que captura mi atención. Dejo la taza vacía a un lado y camino hasta donde brilla un diminuto rubí encerrado en una esfera dorada; recojo el arete y la levanto a la altura de mis ojos. No se parece en nada a ninguna de mis pertenencias y resuelvo dejarla sobre una servilleta para que Bruno se encargue de lo que deba al regresar.

Subo a mi habitación y miro la pequeña caja fuerte que sigue abierta desde hace horas. La cierro y marco el pin de seguridad para proteger los pocos billetes que quedan; al fin y al cabo ya no tienen ningún propósito de momento ahora que la mudanza es cosa del pasado.

«Envíale el mensaje a Luca».

Hoy termino con él de manera oficial.

Tanteo mis bolsillos antes de salir: llaves listas, dinero listo. Me ha costado horas y casi me ha provocado insomnio el pensar de dónde iba a salir el monto de la fianza; incluso he considerado el comentarle a Darío que cubriera una parte, pero hacerlo significa admitir que no puedo cubrir un gasto por mi cuenta.

Sacudo la cabeza y el color me sube al rostro.

—¿Y yo qué debo demostrarle a Darío, acaso?

Cuando abro la puerta, un hombre está sobre la alfombra de «Bienvenida». Tardo unos segundos en recordar que era de los acompañantes de Dania la vez del concierto de piano, pero no recuerdo más detalles que el hecho de que tiene un gemelo y otras imágenes que están borrosas en mi memoria. Ha quedado con el dedo puesto en el viejo timbre y parece sentirse descubierto abre grande los ojos y veo su nuez subir y bajar.

Escudriño su rostro en busca de pistas.

«Es el de la cicatriz».

—Esther —dice, en vista de que me quedo inmóvil. El rápido latir de mi corazón me inquieta, pero no logro descifrarlo—. Vine a disculparme, no sé qué fue lo que me pasó. Ayer vinimos con Dania, pero Bruno dijo que no estabas.

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