Verdades que duelen.

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— Buggy, despierta.

Sus parpados se abrieron con parsimonia para mostrarte aquel color en sus ojos que tanto adorabas ver en las mañanas. Las largas pestañas aletearon con diversión un par de veces sobre tu figura tumbada en su regazo.

Miró a su ventanal pocos segundos después, el Sol aún no se asomaba por el horizonte, haciéndole suponer que seguía siendo de madrugada. Su ceño se frunció hasta que su mente rebuscó en alguno de sus rincones para recordarle que muchas veces solías despertarle para que te diese los mimos reconfortantes que te ayudaban a volver a dormir.

A veces era tu cura para alejar esos malditos malestares.

— Quiero dormir, lo estoy intentando, pero estás muy lejos. No puedo. — Una mirada suave adornó tu rostro, la de Buggy se deslizó hasta el borde de la cama donde reposaba, dándose cuenta de la distancia que ambos habían mantenido. — Otra vez duele, Buggy.

Emitió un sonido ronco, su palma se posó sobre tu nuca para tumbarte en tu lado del colchón de nueva cuenta. Sus dedos se enredaron en el cabello que caía de allí, acariciandolo con suavidad.

Apoyó el mentón en tu hombro, sus cuerpos se juntaron. Le gustaba enredar sus piernas con las tuyas, sabía que te brindaba calidez. Tu calentador pórtatil personal.

— Perdón, nena. — Bostezó, intentando tomar una posición cómoda donde pudiera abrazarte a como diera lugar. Colocó cada palma en la parte baja de tu espalda, una seguida de la segunda. Eran grandes, callosas, calientes especialmente cuando se trataba de darte caricias. Depositó un beso suave en la curvatura de tu cuello, aquella donde veía comenzar tu hombro. — ¿Que tal ahora?

Asentiste con lentitud.

— No quise molestarte.

— No lo haces. — Otro beso. Uno más. — Solo... — Suspiró. — No me despiertes temprano mañana.

— No lo haré. — Tus dedos danzaron sobre su espalda desnuda, trazaron un camino firme en la mitad. La sentiste fría bajo tu tacto, bañada por la luz de la vela encendida sobre la mesita de noche junto a la cama. Los vellos de Buggy se pusieron de punta ante tus yemas cálidas sobre su fina piel, apreciando cada lugar suyo con mucho detalle. Llegaste a su nuca y te detuviste. — O quizá sí. — Una palmada justo allí le hizo quejarse.

— No seas perra. — Se removió contra tu figura, le mimaste para calmar el pícor.

— Tienes que levantarte temprano de todos modos, el doctor dijo que hablaría contigo mañana.

Oh, había olvidado eso.

El médico idiota de su tripulación siempre le agendaba aquellas charlas cortas a cada amanecer porque sabía con exactitud lo perezoso que podía llegar a ser el capitán pirata. Buggy no se negó, a pesar de haber querido. Era su obligación escucharle hablar aunque fuera por horas con tan de saber como te veía día tras día en ese tedioso proceso.

Lo hacía cada fin de semana, anotaba en una hoja dentro de un libro cada día que pasaba, hacía los reconteos los domingos. Era olvidadizo, tuvo que encontrar una forma de recordarlo. Su segunda opción era que fueses tú su calendario de confianza.

Era terriblemente enfadadizo en los temas que ambos conversaban. Los temas donde se debatía el querer tirarse al Mar o mantener esa pizca de esperanza que su corazón se negaba a derramar.

Porque Buggy se negaba a aceptar que sufrías de Leucemia.

Su mente era un desastre en estos momentos, dormir era lo único que podía despejar todos aquellos sentimientos de angustia con los que vivía y le generaban un estrés que llegaba a enfurecerlo. Se odiaba por haberte descuidado. Odiaba aquello que te arrebataba las estrellas en tus ojitos cada vez que veías al horizonte con tanta emoción de seguir adelante con su aventura.

La enfermedad tenía cura, quiso creer que podría ayudarte a llevar una vida normal. Siempre tenías pesadillas, cada noche; él quiso encargarse de convertirlas en sueños dulces donde se veía incluído. Sin embargo, se ahogaba con cada palabra que a ese tipo con bata se le escapaba.

Porque cada día sonaba peor.

Las personas tenían cura, pero se vuelve difícil cuando comienzas la etapa terminal y sabes que jamás podrás escapar de ello.

Buggy maldijo todo esto en voz alta, muchas veces. Y te vio encogerte sobre ti misma cuando lo escuchabas hacerlo.

Dolía.

Besó tu pecho con cariño, esa zona que sabía con claridad era el lugar que más te afectaba, cuando te atacaban esos dolores que hasta él sentía.

— ¿Que te dijo la última vez? — Preguntaste repentinamente, un cuchillo clavado directo en su corazón. Había razones por las que Buggy no te permitía hablar con el doctor por ti misma. Precisamente por eso lo hacía él.

— Dijo que estarás bien. — Se mintió a si mismo. — Que te ves bien y esa enfermedad del carajo se irá pronto.

— Pero aún duele.

Quería descubrir como lidiar con las ganas de llorar que escucharte le provocaba. Siempre había sido un cobarde llorón. Esta vez no era diferente. Apretó los parpados con fuerza, maldiciendo en voz baja antes de aferrarse a tu cuerpo con toda la dureza que tuvo.

No quería dejarte ir.

— ¿Estas seguro?

Sus brazos temblaron, al igual que sus labios sin una respuesta que tenía el valor de soltar.

— Nena. — Soltó con debilidad.

Lo último que habló contigo, justo antes de despertar.

Abrió los ojos de par en par, sus iris se sacudieron como lo haría el restonde su cuerpo ante el invierno. Sus pupilas te buscaron por todas partes entre sus sábanas, encontrando nada más que la almohada que sus manos se negaban a soltar.

Su mundo volvió a venirse abajo, pieza por pieza. Hinchó el pecho en un suspiro profundo, se miró las palmas de las manos con temor.

No podía olvidarlo, no podía deshacerse de ti ni siquiera en sueños. Porque la cama olía a tu shampoo, porque sentía tu calidez tan cerca que podría decir que estabas con él a pesar de ser una simple ilusión. Una ilusión.

Que se negaba a abandonarlo, aunque ya no estabas. No estabas hace muchos meses.

Un año.

Y solo tenía una carta de tu parte que se negó a leer un millón de veces. No queria ver tu letra. No quería leer tus disculpas por abandonarlo. Él no quería recordarte. Pero era un papel que siempre lo acompañaba en su bolsillo, sabiendo apenas que el primer texto le hacía romperse en mil pedazos "dijiste que iba a estar bien"

No sabía lo que decía luego, y no le interesaba.

Su musa se había ido por su culpa.
Y supo entonces que había tocado fondo.

𝑬𝒔𝒄𝒆𝒏𝒂𝒓𝒊𝒐𝒔 - 𝑩𝒖𝒈𝒈𝒚Where stories live. Discover now