Capítulo 4: El vestido rojo

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            La imagen de él embriagado con el rastro de mi perfume en la tela, se quedó enrollándose y calentando mi cabeza hasta derretirme. Su cara hundida en el chal continuaba apareciendo como un delicioso eco en el fondo de mi alma, volviéndome loca, llenándome peligrosamente de ilusión.

            Con delicadeza, teñí de rojo cada una de mis uñas. Ante los momentos radicales de cambio, mi ritual íntimo fue siempre el tinturar mis uñas y labios de rojo. Si bien los guerreros pintaban sus cuerpos y preparaban sus mentes antes de una batalla o ceremonia importante, ésta era mi simbólica forma de prepararme y de darme valor. Quizás sea una tontería o una forma banal de esconderme detrás de mi sensualidad, pero yo estaba hecha de pequeños y simples simbolismos que me daban ánimo, seguridad y poder.

            Thump Thump, Thump Thump.

            Lo pensé bien antes de abrir esa puerta. De pie, junto a mi amiga Erica, sentí que mis piernas estaban hechas de gelatina y por un momento, me convertí en un manojo de inseguridad y nervios contenidos bajo un bonito vestido.

            Realmente dudé mucho antes de atreverme a abrir esta puerta. Medité el color de mis zapatos, el largo de mis uñas y de mi vestido, e incluso el tipo y aroma del lápiz labial que usaría. Empujé finalmente la puerta y di un paso hacia el pasillo antes del vestíbulo. Las lamparillas rojas hoy estaban encendidas, creando una atmósfera mucho más mágica y mística.

            Esta vez mi mirada lo buscó sin vacilar, pero Erica me codeó para recordarme que no debía ser tan obvia y que debía recobrar lo que aún quedaba de mi compostura.

—¿Mesa para dos? —El mesonero nos recibió cortésmente, a lo que me apresuré a contestar-. La mesa de siempre.

            Erica y yo tomamos asiento. Intenté calmarme charlando un poco sobre alguna tontería con ella. Pensé que cualquier cosa podría servir para distraerme en este momento, pero bastó una breve pausa en el flujo de la conversación, para que mis ojos se escaparan de ahí, y revolvieran el lugar buscándolo a él.

            Aquella ansiedad me causaba una cierta excitación. Bajo la mesa, mis tobillos suavemente se movían haciendo círculos en la nada, aunque mis pies no estuvieran clavados al suelo. Era ésa la señal de que con sólo desear que él apareciese, yo ya estaba mucho más que ansiosa a su espera.

—Cálmate, Sophie. Ésta es sólo una simple y amena velada entre dos amigas ¿De acuerdo? Si no estás segura de querer intentarlo, está bien. Nadie te va a obligar, cariño.

            Con cortos y cariñosos toquecitos, mi amiga Erica intentó reconfortarme, pero cuando mi cuerpo comenzaba a sentirse seguro y relajado, los ojos de ella se quedaron fijos en algo o alguien detrás de mí. Tras unos segundos de innecesario suspenso, volteé para ver lo que ella había visto y ahí lo encontré a él. Desvié con vergüenza mi tímida mirada hacia el frente y con ello, la extraña sensación de tener algo en el fondo de mi pecho... hormigueando, quemando, me dejó muda por unos instantes.

           Con la cabeza un poco tumbada hacia abajo, su travieso flequillo acarició sus pestañas antes de que él me mirara con esa seductora sonrisa suya, como si supiera que con ella podía desarmarme o encenderme en un instante. —¿Ya han ordenado? —una simple y básica pregunta que sonó en mi cabeza como una propuesta a algo más, no sé por qué. A estas alturas, cualquier cosa que él pudiera decir se traducía en un chispazo directo entre mis piernas.

            No pude responder. No sabía cómo superar el kilo de torpeza que se había apoderado de mi cuerpo. Apenada lo miré, miré sus ojos rasgados y oscuros ahora atentos al papel blanco en su mano, y mis palabras procedieron a enredarse en mi boca, tratando de salir sin éxito, a tropezones.

            Erica se echó a reír. Xiao levantó de nuevo la vista hacia mis ojos y sonrió divertido. Ahí comencé a pensar que él ya me había descubierto y que de hecho, lo estaba disfrutando. Por unos segundos sus ojos y los míos siguieron conectados. La palabra "magnetismo" se dibujó en mi mente. Sí, es eso lo que siento o he sentido desde la primera vez que no pude quitar la vista de su piel, pero ahora estaba casi claro para mí: Él tampoco podía dejar de mirarme.

            Mi amiga Erica continuó hablando, ignorando lo que estaba pasando entre los dos. Siguió elaborando su orden hasta patear por accidente la pata de la mesa y esa conexión que habíamos logrado se cortó, haciéndonos sentir torpes, pudorosos, tímidos. Acabó de tomar nota y se retiró dejándonos a solas de nuevo.

            —No lo puedo creer, Sophie, ¿dónde quedó tu encantadora habilidad de conversación esta vez? — yo sólo me sonreí porque, aunque ella tenía razón, no se había dado cuenta de lo que acababa de pasar frente a sus ojos.

            Ba-bump, ba-bump.

            Podía sentir peligrosamente la fuerza de mis latidos en todo mi cuerpo. La voz de Erica se escuchaba a lo lejos en mi cabeza. Llevé mis manos a mi cabello, me sentí desaliñada, hecha un caos, que todo lo que con cautela construí antes de salir, era un desastre.

«¿Estoy... bonita? ¿Me veo... bonita?» Pensé intentando ver mi reflejo en la copa de cristal del agua.

«¿Es mi vestido demasiado discreto o quizás... demasiado revelador?»

            Me puse de pie como si algo me hubiese pellizcado y anuncié —Voy al tocador—.

            «¿Dónde quedaba?» Caminé por uno de los pasillos internos aún escuchando cómo los latidos de mi propio corazón martillaban mis oídos. Mi brújula mental y yo intentábamos localizar torpemente el baño al que ya había ido muchas veces.

            Al final del largo pasillo adornado, me topé con 3 puertas muy justas de espacio. Me dirigí hacia una de ellas pero, al intentar cruzarla, del otro lado una mano de dedos alargados emergió tomando mi muñeca y atrayéndome con fuerza al interior de un oscuro almacén.

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⏰ Last updated: Apr 09 ⏰

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