Capítulo 2: Tus dedos me encuentran

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           Sus dedos poco a poco, con suma lentitud, sueltan los botones de su camisa sin dejar de fijar sus ojos rasgados en mí. Él sujeta mi mano, la invita a acariciar la suavidad de su cuello y una vez lo toco, me atrae con fuerza hacia él para acercar sus labios a los míos, y cuando estoy a punto de sentir su tibia respiración...

            Despierto.

—Ah... no de nuevo... un poco más —Con infelicidad abrí mis ojos. La luz de la mañana inundaba mi habitación.

            Me senté en la cama, decepcionada, sin saber si el motivo de mi decepción era el haber soñado tal cosa, o el haberme despertado, una vez más, antes de que mi deseo pudiera consumarse al menos en mi imaginación.

            Hacía una semana ya desde que había visto a aquel hombre en el restaurant y desde entonces, recurrentemente me hallé a mí misma delirante, sea despierta o en sueños, en constantes fantasías protagonizadas por él.

            Tomé el teléfono para textearle a mi amiga. Esa noche tuve que correr a contarle todo... verme frente a mi novio, envuelta por una incontrolable e intensa sed causada por otro hombre, me hizo sentir sumamente vulnerable, pero sobre todo, incómoda con él y nuestra relación. No podía hablar de esto con nadie más, y el haber tenido la necesidad de hablarlo, una y otra vez, era evidencia de que este encuentro no había sido para mí cualquier cosa.

            Abracé mis piernas y hundí mi rostro entre mis brazos. Mis ojos se perdieron en el polvo que hay en la luz de la ventana. Sentí que mis mejillas se quemaban con el rubor de la vergüenza que me invadía, como si al despertar hubiese sido descubierta al hacer algo indebido.

            La mañana se hizo eterna para mí. Fui devorando cada uno de mis pendientes en la oficina, uno tras otro, sin dejar de ver de vez en cuando el reloj. La aguja se movía lentamente, dándome una terrible sensación de lejanía entre la hora de salida y yo.

            El teléfono vibró sacándome de mis pensamientos.

—¿En dónde estás?

Mi amiga Erica, que estaba en un cubículo diagonal a mí, me escribió.

—Estoy aquí, justo donde estás mirando.

—Lo preguntaba porque te veías perdida, así como... en un viaje astral a china.

—En ese caso, me sacaste de mi viaje astral.

Me dejó un emote muy odioso en donde me sacaba la lengua, y al levantar la vista para verla con mala cara, ella emuló el emote, dejándome ver su también odiosa lengua.

            No hay mensajes de él aún. Inspiré con fuerza y dejé el teléfono en la mesa. Cada vez sabemos menos el uno del otro, sin embargo... no puedo decir que me sienta del todo mal, es algo que sabía que pasaría en algún punto. Sólo me pone un poco... Nostálgica.

            Vi hacia la foto de ambos en mi escritorio.

            El atardecer tiñe las blancas paredes de un tono rosa muy agradable. El lugar está vacío. Como una ola pesada, caen mis pestañas sobre mis ojos. En mi mente apareció la imagen de las manos de aquel hombre, su cabello oscuro y sedoso que se acomoda distraído sobre su frente. Una vez más, fantaseé con deslizar mis dedos en él.

            Atrapé mis mejillas con mis manos para despertarme de este sueño. Es hora de irme. Decidí que era prudente caminar un poco para despejar mis pensamientos. En otros tiempos, él venía por mí al trabajo ansioso de verme, pero hoy ni siquiera me ha escrito un sencillo "Hola, ten un buen día". Después de algunos pasos y de un poco de enojo al recordar su abandono, el cielo pareció leer mi ánimo y desató sobre mí una fría cortina de lluvia para corresponderlo.

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