Capítulo 1: Mis ojos se han anclado a los tuyos

186 14 5
                                    

            A veces siento demasiado y lo que soy va menguándose gota a gota para no desbordarse. Lo que ves de mí no es más que eso, una gota de lo que soy en realidad.

            Trazo con la punta de mi dedo, una línea en la ventana empañada. Mis ojos se reflejan en el cristal. En el auto, sólo hay silencio. Entre tú y yo siempre hay demasiado silencio. Dibujo un círculo... una y otra vez con mi dedo. Este ciclo infinito que no conduce a ningún lugar somos tú y yo.

—Ya llegamos, es aquí, puedes adelantarte y buscar lugar. Estacionaré.

—¿Comida... china?

            Me bajé del auto y entré al restaurante. Las campanillas doradas tras la puerta resonaron en el lugar. Era uno de esos sitios que en su tiempo fueron vistosos, tradicionales y bonitos. Aún podías ver en el rojo de sus muebles un dejo de elegancia, aunque hoy estuvieran un poco desgastados.

            Luego de andar por un corto pasillo en el que mis tacones tocaban el suelo como si llamara a la puerta, un hombre vestido con un uniforme negro salió a mi encuentro.

—Bienvenida ¿Espera a alguien más la señorita o será sólo usted en esta oportunidad?

—Mesa para dos, por favor.

El hombre hizo un ademán muy respetuoso para invitarme a seguirlo, y luego una seña a otro, que con un pequeño clic al ratón del computador, hizo sonar una suave tonada en el restaurant.

            Tic... Tic...

            Mi uña sin darse cuenta, comenzó impacientemente a hacer tic, tic, en la copa de agua. Aguardé algunos minutos a que Theodore, mi novio, entrara y se uniera. Me estiré un poco y comencé a detallar el lugar. Si había otras dos parejas, era mucho.

—Tampoco es que sea en realidad una hora para comer.

Sin darme cuenta, torcí los ojos para mí misma y suspiré.

—Él tardó tantas... tantas horas en arreglarse.

            ¿Cómo un hombre joven y corriente puede ser tan vanidoso? Mis pensamientos me llevaron a visualizarlo: Theodore no era nada del otro mundo, un tipo educado, con una inteligencia promedio y un amplio conocimiento en nada muy útil, y digo "nada muy útil" porque no sabía hacer casi nada y siempre tenía a alguien que hiciera todo por él.

            Tomé un poco de agua y apareció.

—E-eh, disculpa, aún no me acostumbro a estacionar con este auto...

—Debimos tomar un taxi.

            Aunque yo sonreía, el que me conociera sabría que era evidente que mis labios teñidos de rojo, escondían una mueca de fastidio.

—Bueno, bueno, pero ya estamos aquí, ¿no? Hay que pasarla lindo. —Se sentó sonriente.

            Tras al menos unos 30 minutos, finalmente, Theo pudo dar con lo que para él era "La combinación perfecta del menú".

— Voy a querer el especial, dos bebidas y, esto, esto, esto. —Señalaba con su dedo distintas partes del menú. El hombre tomaba nota. Todo sonaba rico, así que no dije nada, y me dediqué a pasear mis ojos por el sitio. El mesonero se retiró dejándonos solos de nuevo.

            Enseguida tomó su móvil y se sumió en un mar de publicaciones en su red social favorita. Lo miré por algún rato, fijamente, pero él no apartó los ojos de su teléfono, ni notó que yo seguía viéndole con reproche.

—¿No deberíamos hablar o algo?

—Sí, sí, claro, ¿de qué quieres hablar?

Luego de llevar mi cabello tras las orejas, le contesté —De alguna cosa. Últimamente ha estado un poco callado esto, ¿no? 

—Es un lugar tranquilo.

—No me refería al lugar.

Theo volvió a ver el móvil ¿Estás bromeando?, pensé. Ésta no era cualquier cita, era nuestro aniversario.

El silencio siguió por un rato más hasta que él decidió abrir la boca.

—¿No te parece curioso el que en un restaurant chino, no haya ningún chino?

            Quedé desconcertada. Me resultó increíble que el silencio en esta mesa se hubiera roto sólo para soltar una oración tan estúpida.

—Oh vamos, ¿puedes gritar más fuerte algún otro comentario cutre como ése?

—¿Disculpa?

Mi ceño fruncido y mi filosa sonrisa evidenciaron mi indignación.

—Llevamos aquí un tiempo ya y esto es lo único que me dices.

Sophia... no seas tan intensa por algo tan trivial —Miró a otro lado—. Sólo lo dije para pasar el rato.

—¿Me estás diciendo intensa por querer que mi novio, en mi aniversario, me diga alguna otra cosa más que el que no hay asiáticos atendiendo el restaurant?

—No quise llamarte intensa, Sophie —Él sabía que estaba en un aprieto.

            El camarero llegó con nuestra comida. Ambos comimos en silencio.

            Me sentí mal por mí, por los dos. No se supone que deberíamos ser así, quizás en otro lugar haya alguien que pueda entender sus chistes, disfrutar de su silencio o de su apatía, quizás el problema soy yo, mi insatisfacción, mi... infelicidad... mi-

—Ya vuelvo —Detuve el flujo agitado de mis pensamientos y puse mis manos en la mesa para levantarme, recomponerme e ir a comprobar mi maquillaje. 

            Pinté frente al espejo del tocador mis labios. Me miré por unos segundos. Hoy quise verme tan atractiva. Usé un bonito atuendo, un poco más sensual que otros días, quise verme más... Seductora.

            ¿Para qué? ¿Con qué propósito?

            Cerré mis ojos.

            Mi novio ha nacido como ceniza, una que nunca ha de arder porque su naturaleza es ésa, mientras yo... yo soy de esos materiales que pueden permanecer por siempre en combustión, ardiendo, con el deseo de ser siempre consumida por las llamas.

            Al salir, tomé asiento. Theo de nuevo había vuelto a dar toda su atención a su móvil.

—Pedí el postre. Ya deben traerlo.

Tomé mi teléfono para escribirle a mi amiga "Esto es un completo desastre" y mientras tipeaba, dos platitos fueron dispuestos con cuidado en la mesa.

—Gracias —Oí decir a mi novio.

—Que lo disfrute.

            Mi cuerpo se estremeció. La voz que oí hizo reaccionar mi cuerpo. El mesonero tenía una voz aterciopelada y oscura. Cuando quise ver su rostro, ya no estaba ahí.

—¡Sí había un chino después de todo! —Dijo mi novio y rió tontamente.

            Mis ojos enseguida buscaron por el lugar con curiosidad al dueño de aquella voz, deteniéndose en una mesa al fondo y, como si fuese descubriéndolo con mis pupilas poco a poco, mi mirada se deslizó desde la punta de sus largos y delgados dedos, hasta sus brazos bien formados... y la suave piel de su esbelto cuello.

            Su sedoso cabello negro caía sobre su rostro mientras recogía los platos de una de las mesas ya desocupadas. De un momento a otro, comencé a sentirme invadida por una abrumadora sensación de sed. La piel de sus manos, sus dedos, toda su extensión de piel me resultaba fascinante, tan fascinante que había dejado de ser cuidadosa y que cualquier disimulo o prudencia que hubiera intentado tener me abandonó.

            Mi novio no advirtió cómo en un instante, mis ojos se encontraban admirando a otro hombre, a su atractiva figura, a su rostro, a sus pequeños y abultados labios y a la punta de la lengua que se asomaba para humedecerlos.

            Mi cuerpo volvió a estremecerse. Una sonrisa se dibujó ladeada en la boca de aquel hombre: Me había descubierto. Sus ojos rasgados me habían visto devorarlo con la mirada.

Lust PlayWhere stories live. Discover now