XXV.

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Especial Lucemond.

Lucerys había estado persiguiendo a su tío Aemond por toda la Fortaleza Roja durante casi cuarenta minutos. La tensión entre ellos era palpable, y Lucerys sabía que debía enfrentar la difícil conversación que se avecinaba.

Finalmente, atrapó a Aemond en uno de los pasillos menos transitados.

Aemond lo miró con hostilidad, pero Lucerys respiró hondo y decidió romper el hielo.

–¿Tío, puedo hablar contigo? –preguntó con voz temblorosa.

Aemond lo miró con desdén, pero asintió con impaciencia.
–Habla de una vez, Lucerys. No tengo todo el día para perder con tus tonterías.

Lucerys se sintió herido por la frialdad de su tío, pero siguió adelante.
–¿Algún día podras perdonarme? Lo siento, Aemond. De verdad lo hago, sé que te lastimé profundamente con lo del ojo. Fue un accidente, lo juro.

Aemond soltó una risa amarga. –¿Perdonarte? ¿Crees que es tan fácil? Me has desfigurado de por vida, Lucerys. No puedo perdonarte por eso.

El corazón de Lucerys se hundió al escuchar las palabras de su tío. Sabía que había cometido un error grave, pero no esperaba que Aemond fuera tan implacable en su rencor.

–Aemond, por favor –suplicó Lucerys, con los ojos llenos de lágrimas.– Te prometo que haré cualquier cosa para compensarte. Solo dime qué puedo hacer para reparar mi error.

Aemond escuchó las disculpas de Lucerys con desdén, y una sonrisa maliciosa se formó en su rostro.

–¿Quieres compensarme de verdad, Lucerys? ¿Quieres hacer algo por mí? Déjame tomar tu ojo –dijo, señalando el ojo de Lucerys– Permiteme llevárselo  a mi madre como un regalo. Tal vez eso me haga sentir mejor por lo que me has hecho.

Lucerys quedó atónito por la crueldad de la propuesta de su tío.
–¿Mi ojo? –respondió con voz temblorosa.

Aemond se acercó a él, con una mirada llena de rencor.
– ¿No decías que compensarme con lo que quiera? No esperaba más de ti, Lucerys. Si no eres capaz de enfrentar las consecuencias de tus acciones, entonces no tienes derecho a pedir perdón.

Lucerys se encontraba paralizado por la propuesta de su tío.

¿Entregar su propio ojo como un sacrificio para calmar el rencor de Aemond?

La idea era escalofriante, pero una extraña determinación se apoderó de él.

–Está bien, Aemond –murmuró Lucerys con voz temblorosa.–Toma mi ojo. Haré lo que sea necesario para reparar mi error y ganar tu perdón.

Aemond se quedó atónito ante la decisión de Lucerys.

No esperaba que su sobrino cediera ante su petición.

Por un momento, una sombra de sorpresa cruzó su rostro antes de que volviera a su expresión habitual de desdén.

–¿Estás seguro, Lucerys? –preguntó Aemond con voz grave, casi incrédulo.– Tu mami podría perder la cabeza ante esto.

Lucerys asintió con determinación, sintiendo un nudo en la garganta pero decidido a cumplir con su palabra.

–Ya tengo 17 años, Aemond. Mi madre tendra que comprender mi decisión. Toma mi ojo y llévaselo a tu madre. Espero que esto pueda enmendar de alguna manera el daño que te he causado. –Dijo, entregándole la daga que siempre llevaba con él.

Aemond dudaba.

La respuesta de Lucerys lo dejó perplejo, incluso un poco desconcertado.

¿Cómo podía su sobrino estar dispuesto a hacer semejante sacrificio? Por un lado, una parte de él anhelaba tomar venganza por la pérdida de su ojo, pero por otro, la humanidad en él se resistía a infligir dolor a su propia sangre.

Ámame [Jacegon]Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon