Capítulo 2

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Debí haberlo pensado dos veces antes de pedirle que organizase ese estúpido crucero.

Estábamos en el salón principal del transatlántico, sentados frente a una enorme mesa redonda cubierta por manteles y platos vacíos. Era nuestro séptimo día en alta mar y hacía escasos minutos que habíamos terminado de cenar. Sam bromeaba, bueno, dicho de otra manera, se reía de Dean al ver como intentaba subir a facebook una foto de la cena —sin éxito—. Los demás no quitaban el ojo de encima a la banda que estaba tocando en el escenario frente a nosotros. Mensajeros del infiero se hacían llamar. Eso es lo de menos. Se me ocurrió la brillante idea de salir a proa junto a Dean, a solas, intentar hacer surgir una magia que solo existía en mi cuento de hadas. Él es el típico chico popular entre las mujeres, no hay motivos por los que vaya a dejar todo eso para estar con alguien como yo, un nerd de segunda que no es capaz de salir de su mundo de fantasía.

—Dean, estoy algo mareado. Te importaría acompañ...

—Vamos —interrumpió.

No me hizo falta explicar los detalles. Debía estar hasta los cojones —con perdón— de soportar las risas de Sam y al guitarrista del infierno desafinando.

La proa del barco era inmensa. El suelo estaba cubierto por tablones de madera perfectamente alineados, brillantes y resbaladizos. Alrededor había unas barandas que nos llegaban por la cintura, de color blanco y con algunas gotas de pintura resecas en su superficie. Supongo que no todos los pintores se toman la molestia de poner la cantidad justa de pintura en la brocha. Me acerqué al saliente, la parte donde se juntaban los dos raíles de protección en un único vértice. Hice ademán de vomitar, pero como era de esperar todo era una pantomima. Dean estaba a mi lado, dándome palmadas en la espalda y repitiendo que dejase salir todo, el marisco incluido aunque fuese caro. No es la escena romántica que había planeado, pero me servía. Bajo esa oscura cúpula cubierta por un manto de estrellas, con el hombre que me hacía perder la razón, solos; debía sacar pecho y hacer frente a la oportunidad que había creado.

—Dean —dije con semblante serio.

—Eh eh, no me mires directamente. —Su pulgar apuntaba hacia el mar.

—Tranquilo, no podría hacerlo aunque quisiera.

—¿Por? —preguntó.

—Me cuesta mucho mirarte a los ojos, Dean. —Ya notaba el cambio de temperatura en mis mejillas.

—Pero... ¿qué estás diciendo? ¡Habla claro! No me gustan los acertijos ¡Joder! Te lo tengo dicho.

—Pues, bueno, cómo lo diría... Desde hace ya un tiempo, años más bien... la verdad es que... t...

No pude acabar la frase. No porque fuese incapaz de soltar ese «te quiero», más bien al contrario. En ese instante me vía capaz de cualquier cosa, excepto afrontar lo que sucedió. La realidad siempre supera las expectativas.

El barco giró bruscamente. Me vi arrastrado hasta el otro lado de la barandilla, sin posibilidad de poder agarrarme a ella. Mientras caía, pude ver como Dean se asomaba y gritaba mi nombre, tendiendo la mano y sacando medio cuerpo como si estuviese a la espera de poder extenderlo hasta atraparme. Lo último que recuerdo: Dean tirando la chaqueta verde pistacho y saltando en un intento de rescatarme. Y lo consiguió.

Según me ha contado, ya que perdí el conocimiento en cuanto choqué contra el agua —creo, la verdad es que aún tengo lagunas sobre aquello—, se pasó horas flotando a la deriva sujetándome entre sus brazos. Y que fue la corriente la que nos arrastró de esa temeraria oscuridad hasta llevarnos a la isla que ahora habitamos. Diría que somos los únicos habitantes, pero no estoy muy seguro de ello después de los extraños sucesos que experimenté mientras exploraba...

Náufragos [Destiel]Where stories live. Discover now