Capítulo 1

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Deambulando con la arena filtrándose a cada pisada, me pregunto si llegará el día en que salgamos de esta maldita isla desierta.

...

Estamos sentados frente a una fogata, cutre, enana, a penas puedo ver el resplandor del fuego. Dean ha conseguido encenderla tras horas de intentos fallidos. Suerte que está aquí conmigo, estaría muerto de no ser por él. Los días pasan de una forma distinta cuando estás rodeado de lo desconocido. El agua que salpica contra la costa es cristalina, pura, apetitosa, una trampa de la naturaleza que te invita a beber mientras te consume por dentro. A nuestra espalda hay palmeras y arbustos que no consigo reconocer, podrían incluso contener frutas venenosas, quién sabe. Al final todo me lleva a su mirada, tan verde y cristalina como lo que nos rodea. Pero por temor a que sea una trampa, otra más de las que la madre natura disfruta creando, no voy a lanzarme. Esta vez no.

Dean está apoyado sobre la arena con los brazos hacia atrás, formando un triángulo con las piernas alrededor de la fogata. Hace ya un par de «días» que dejó de ponerse la camiseta, cree que solo le hace sudar más y con ello deshidratarse. Lleva unos vaqueros cortados hasta las rodillas, con unos cuantos hilos colgando y algún que otro agujero deja ver la descolorida piel que intentan cubrir. Estoy deseando que llegue el día en que se le rompan del todo. Sé que suena egoísta, pero cualquier persona en su sano juicio lo querría. Aunque pensándolo bien, ¿cuánto tiempo me queda para perder el juicio? Está entrelazando los dedos sobre la arena, mirándome, mordiéndose los labios y pensando en ya quisiera yo saber qué. Necesito que pare, si no lo hace voy a tener que darle la espalda, es irresistible. Por favor...

—¡Basta! —he gritado. No quería decirlo en alto, genial.

—Cas, qué dices. ¿Basta de qué? —Su voz es tan sexy.

—Nada.

—No, dime. ¿En qué piensas? Llevo un rato mirándote y estás raro. —Ha dicho que lleva un rato mirándome, que lleva un rato mirándome, lleva un rato... Me falta el aire.

—Echo de menos la rutina. Nuestras antiguas vidas, ya sabes... —Mentira.

Está acercándose, se arrastra llenándose los pectorales de arena húmeda. Está sentado a mi lado. Me mira. Supongo que ahora debo mirarle yo a él, debe ser eso lo que espera. Espero que sea eso. ¿Está tocando mi hombro? Sí, lo está haciendo. Tiene el brazo entero descansando sobre ellos.

—Yo también, pero mientras nos tengamos el uno al otro, todo irá bien. —Ha guiñado un ojo, que alguien me traiga oxígeno.

—Sí. Tienes razón.

Dean se ha puesto en pie, sacudiéndose la arena mientras estira el cuerpo y gimotea por el sueño. Parte de la arena ha caído sobre mi camiseta, me mira a modo de disculpa, la acepto. Parece que va a dar su paseo diario. Cada día, cerca del anochecer, se adentra en la selva y vuelve al cabo de unos minutos. Imagino que necesitará tiempo a solas, incluso llorar si así lo siente. Él no es de los que comparten sus sentimientos en cuanto tienen problemas, prefiere reflexionar a solas, tejer la máscara de despreocupación que llevará mientras yo esté cerca. Cree que no me doy cuenta, pero sé lo preocupado que llega a estar. No sabemos qué hacer, y lo que es peor, no tenemos a donde ir.

Quería estar con él a solas, en el mar, romanticismo puro. Ahora tengo lo que quería, aunque en exceso. Supongo que será cierto aquello que dicen: cuidado con lo que deseas. Debí haberlo pensado dos veces antes de pedirle que...

Náufragos [Destiel]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt