01. Una nota.

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 El profesor volvió su mandíbula a su lugar luego de que Sherlock le dijera "¿va a quedarse todo el día así o va a decir algo?". Parpadeó, sacudió la cabeza y se aclaró la garganta, todo a la vez.

– No, no. Disculpe, Holmes. Ha sido brillante.

– Ya lo sé.

– Un sobresaliente es poco para su nota.

– Eso no importa. ¿Ya puedo ir a sentarme?

– Sí, sí, por supuesto. Déjeme felicitarlo otra vez, su trabajo ha sido notable. ¿Ha considerado estudiar fís-?

– No, gracias– respondió el joven Holmes a la incompleta pregunta. Se dio la vuelta y se fue a su banco.

 Mientras avanzaba hacia el fondo, donde su sonriente compañero de banco lo esperaba, todos le siguieron con la mirada. A Sherlock no le importó, estaba acostumbrado, pero le inquietó algo. Una de las chicas lo miraba, y le sonreía, según él, como si tuviera planeado hacer algo malo. Llegó lo más rápido que pudo junto a John y se dejó caer en la silla. John le empujó el brazo amistosamente y luego despeinó sus rizos.

– ¡Eso fue asombroso! – le dijo.

 A diferencia de la cara de fastidio que tenía cuando el profesor halagaba su lección, Sherlock sonrió, apenas, intentando que John no lo viera, y levantó sus manos para deshacerse de las manos de John que alborotaban su cabello.

 Escucharon las lecciones que siguieron, haciendo lo posible por no dormirse, y luego la clase terminó. Mientras guardaban sus cosas, Sherlock se fijó en la chica que antes lo había mirado; ahora no lo miraba. Su cabello era oscuro y largo, con unas ondas perfectas que caían por su espalda recogidas en una coleta. Llevaba un suéter blanco que le quedaba algo grande y aun así resaltaba la delgadez de la figura debajo de él. Sus labios eran finos, y sus ojos... De perfil Sherlock no llegaba a ver bien sus ojos.

– ¿Qué estás mirando? – dijo John pasándole la mano por delante de la cara.

– Nada – se apuró a decir y siguió guardando. Al mirarla una última vez, ella miró de reojo y sonrió, como si supiera lo que él hacía. Sherlock apartó la vista y sintió sus mejillas arder.

– ¿Estás bien? – le preguntó John.

– Cállate.

– ¿Vienes a casa ahora?

– Sí, ¿a dónde iría si no?

– Ey, no lo digas como si fuera obvio, también tienes casa.

– Siempre voy a tu casa los martes – dijo Sherlock alzando las cejas.

– Aun así no es obvio.

– Sí lo es.

– No, no lo es.

– Sí.

– No.

– Sí.

– No.

– Sí.

– Sí.

– No seas tonto, John.

– Tú lo eres más.

– No.

– Sí.

– No.

–Sí.

–...

–...

–Sherlock.

–Qué.

– ¿Serías tan amable de recordarme qué discutimos?

Sherlock lo miró, John lo miró. Se echaron a reír.

 Justo entonces una chica, La Chica, pasó frente a su banco camino a la puerta y dejó un papel doblado frente a Sherlock. Ambos dejaron de reírse y la siguieron con sus ojos. Ella llegó a la puerta y volteó a verlos, sonrió primero a John, luego a Sherlock, y se fue.

 Sherlock tragó con fuerza y no apartó los ojos de la puerta. John miró el papel, luego a su amigo petrificado a su lado, y al papel de nuevo. Le dio un codazo a Sherlock para que reaccionara.

– Anda, ve qué es.

 Pero Sherlock no se movió.

 Los ojos de ella. Eran verdes.

 John resopló, agarró el papel y lo desdobló. Lo leyó y se lo quedó mirando. Frunció el ceño, miró a Sherlock, luego al papel nuevamente, y sonrió.

 Agarró con esfuerzo las manos de Sherlock, puso el papel en ellas y se fue. Sherlock agachó la cabeza y leyó:

"Brainy is the new sexy".



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the girls are alrightWhere stories live. Discover now