🔪​💀​CAPÍTULO 12 - ENTRE TRAICIONES Y CAVERNAS🔪​💀​

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De entre los tripulantes supervivientes que acompañaban a la condesa Dragomir, el tuerto Norton era el más afectado por las influencias oscuras de la isla

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De entre los tripulantes supervivientes que acompañaban a la condesa Dragomir, el tuerto Norton era el más afectado por las influencias oscuras de la isla. Desde que se adentraron en los túneles y vieron a la masa de tinta extraña moverse y llevarse las almas de los despistados que caían entre sus garras, no había parado de pensar en qué deseo pediría a la sirena en cuanto la alcanzaran.

Vaselina y él eran casi hermanos. Llevaban juntos desde que eran unos críos y el tío Jacobo les apuñaló en el ojo a ambos, borracho, creyendo que eran dos intrusos en su hogar. Compartían vida, pero no sueños. Y aquello era un augurio del futuro que se les venía encima.

Tatiana guiaba a su equipo por una región abierta dentro de las cuevas, con un pequeño río subterráneo que traía aguas brillantes y luciérnagas celestes sobrevolando el cauce. Alrededor había ruinas antiguas, restos de columnas derruidas, arcos de piedra rotos y plataformas de arcilla fragmentadas. La erosión venía de un moco negro que consumía las estructuras, corrompiendo su gloria ancestral.

Mientras se escondían de los rostros oscuros que patrullaban los pasadizos, Norton no paraba de pensar en sus ansias por vengarse del tío Jacobo. Lo que para Vaselina era un trauma olvidado, para su amigo y hermano regresaba con intensidad como ecos insistentes. Parecía ser la atmósfera contaminada del entorno cerrado la que le generaba esas emociones, pero nadie más se daba cuenta.

La Cerda del Queso llegó a quejarse por lo poco atento que estaba el mozo. Cuando se desplazaron a hurtadillas hasta una pared de roca corrupta, esquivando los ojos de las criaturas etéreas, él se quedó parado.

Su parálisis provocó una llamada de atención por parte de uno de los seres de piel viscosa que giró la cabeza, o lo que parecía serlo entre aquella masa sin forma de líquido azabache. Se aproximó con cuidado, arrastrándose como un gusano por el suelo sin emitir sonido alguno.

Vaselina se encontraba oculto al otro lado de las ruinas, junto a un camino por el que podrían escapar. Le ordenó a su amigo que permaneciera quieto con un gesto de mano, pero Norton sudaba demasiado y no entendía qué le ocurría.

Un humillo anaranjado se escapaba de las grietas en la piedra e inundaba sus fosas nasales de miedos e inseguridades. Al apartarse, hizo un ruido sutil. La criatura corrupta cada vez estaba más próxima a su ubicación.

Tatiana se dio cuenta tarde de lo que estaba ocurriendo. Si lo dejaban atrás, podrían escapar y usarlo de distracción, pero ellos no eran así. Ya no. Después de tantos siglos pensando en sí misma, se había dado cuenta de la importancia de la familia, de la unión, de las personas queridas.

Cogió un guijarro y lo arrojó al otro extremo de la sala. Un golpe seco desvió la atención de las bestias de tinta, que reptaron directas al origen del sonido.

—Ven, ahora —susurró Vaselina a su compañero.

Aunque tenso, Norton obedeció y corrió hasta reunirse con los demás. En cuanto quiso girar la cabeza, ya habían dejado atrás el peligro y se volvían a rodear de una oscuridad densa y maldita.

Un par de encrucijadas después, vieron la luz que llevaba al exterior. La condesa y su sirvienta fueron las primeras en alegrarse; los peligros de la isla les habían conducido al lugar que buscaban.

Pero entre el regocijo, Norton volvió a inhalar el gas anaranjado de las paredes. No entendía cómo es que nadie más lo veía, pero lo cierto era que en su pierna había una herida infectada que nadie más tenía. Frenó poco a poco, perdiéndose alejado del fuego de la antorcha que llevaba su amigo.

En cuanto se percataron, retrocedieron sobre sus pasos.

El tuerto cayó de rodillas al suelo, tosiendo desesperado. En su mente, miles de imágenes de recuerdos difusos le vinieron. Lo que había empezado siendo un deseo lejano de venganza, se estaba convirtiendo en una obsesión. No había nada más en la cabeza del muchacho, solo el cuello rebanado del tío Jacobo.

Todavía no había visto a la sirena y ya estaba sucumbiendo a su poder. ¿Era de verdad ella quien concedía las peticiones?

—¿Qué te pasa, colega? —Se agachó Vaselina para mirarlo a los ojos—. Dios, tienes algo negro ahí.

Le señaló la sien y los demás pudieron ver gracias a la luz de la antorcha que unas ramificaciones ennegrecidas se extendían por su mejilla. Lo estaban corrompiendo.

—¿Y si nos infecta? Deberíamos llevar cuidado y mantener las distancias —dijo la Cerda del Queso.

Norton no podía comprender lo que sucedía. Una parte de él estaba liberando sus instintos más primitivos mientras que la otra luchaba por mantenerse cuerda.

Se levantó, empujando a todos. Encorvó la espalda en una pose feral, empezando a salivar. Su pierna sangró el mismo líquido viscoso de las criaturas y sus ojos fueron llenándose de una esencia oscura.

—¿Qué le está pasando? —preguntó Kirsty, protegiendo a la condesa por inercia.

Norton no controlaba su cuerpo. De sus ojos brotaban lágrimas de tinta mientras se le oía susurrar súplicas de ayuda.

Desenvainó su espada y la sostuvo entre temblores apuntando a quienes se suponía eran sus aliados.

—No vamos a hacerte daño, ¿me oyes? Estás a salvo. Por favor, suelta el arma. Saldremos de las cavernas y hablaremos de esto. —Vaselina le entregó la antorcha a Gorgostio, el anciano asustadizo con el húmero roto.

—Marchémonos de una vez —protestó la Cerda del Queso.

Norton se abalanzó sobre ella. De un violento tajo, le cortó la cabeza. Su instinto primitivo escapó en forma de gruñidos. Trató de saltar sobre Kirsty, pero Vaselina lo placó al vuelo.

—¡Huid! ¡Salid de las cuevas! —gritó el tuerto antes de recibir una puñalada en el vientre que lo atravesó.

Gorgostio se encargó de escoltar a la condesa y su sirvienta lejos del peligro. Los tres se alejaron del dúo dejando tras de sí sombras y un vacío escalofriante bañado en carmesí.

A través de la oscuridad, Vaselina escupió sangre. Agarró a su amigo de la frente con una mano, bloqueando su vista. Norton se revolvió en el suelo, desatado como un animal a punto de ser sacrificado.

—Lo siento, amigo. Debí cuidar mejor de ti. —Desenvainó una daga de su cinturón con las pocas fuerzas que le quedaban.

Se lo clavó en el cuello y forcejeó hasta que logró reducir la amenaza.

Norton empezaba a transformarse. Su cuerpo desarrollaba más pelaje y sus manos se convertían en garras cuando decidió darle un zarpazo al compañero que lo retenía a horcajadas sobre él.

Lo tiró al suelo y le arrebató la vida en ese instante. Su cuello ya no estaba atado a su torso.

Pero entre la herida del cuello y los efectos secundarios de la metamorfosis, la luz en los ojos de Norton desapareció también.

Y la isla siguió su curso natural, tragándose los cadáveres entre sus venas como sepulcros de sangre y huesos.

Y la isla siguió su curso natural, tragándose los cadáveres entre sus venas como sepulcros de sangre y huesos

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Lágrimas de oro carmesí #ONC2024Where stories live. Discover now