Cuenta la leyenda que en la Isla del Trébol Roto hay una sirena capaz de conceder deseos a quienquiera que tenga el valor de atravesar la tormenta. En las aguas contiguas, un capitán cruel de aspecto etéreo, apodado el Fantasma de las Mareas, impide...
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Cuando entré por primera vez en las mazmorras en busca de Blair, no esperaba encontrarme a una criatura infantil con cabeza de pez acechándome armada con un húmero. Confieso que lloré del susto y estuve a punto de orinarme mientras huía despavorido entre gritos. Al final, sollozando en una esquina en pose de ovillo, vi que Agunar, el ser que me perseguía, buscaba apalear una mosca que me rondaba. No tardó en sacar la lengua para devorarla. ¡¿Quién tiene una lengua tan larga?!
En cuanto vi su aspecto a la luz de una antorcha, me percaté de un punto esencial. Los libros que hablaban de la isla del Trébol Roto mencionaban la presencia de una raza de seres autóctonos que vivían allí mucho antes de la llegada de la sirena. Los llamaban fisnets, y poseían características idénticas al niño que veía ante mis ojos. ¡Eran reales, como imaginaba! ¿Pero qué hacía un miembro de una raza ancestral encerrado en las mazmorras de un castillo tan lejos de su hogar?
Pese al terror que me sigue produciendo pensar en los misterios que aguardan en la isla, la historia de Agunar ha resuelto parte de mis dudas.
Debido a un error del que no quiso hablar, su familia lo expulsó de las cavernas y lo envió lejos, al mar. Cuando Bogdan Dragomir lo encontró desmayado en la costa, lo capturó y encerró a la espera de ser estudiado. Fue allí donde conoció a Narcís, a quien le narró las leyendas de la sirena a cambio de protección.
Según parecía, el mal de la isla no venía de la sirena, pues ella era considerada una diosa para un pueblo tan pacífico como el de aquellos peces antropomórficos. Los fisnets decían que "los rostros en el agua" eran los responsables de que el mundo fuese un lugar oscuro, solo que no entendían qué eran ni por qué los deseos no funcionaban como deberían tras su aparición. Llegó a sugerir que, antes de la llegada del primer vampiro a la isla, cualquier deseo era cumplido tal y como se pedía.
Aunque no fuera guerrero ni tuviese coraje, me daba pena que hubiese criaturas tan extravagantes y buenas padeciendo en silencio sin nadie que las ayudara. ¡O que fuera consciente de su mera existencia!
Por ello —y esto me está costando un infierno escribirlo—, creo que voy a acompañar a Blair y a Agunar a la isla. Sé que conoce una ruta secreta y que los espíritus del agua no atacan a los habitantes nativos, por lo que el Fantasma de las Mareas nos ignorará. Confío en que, si es posible ver en carne y hueso a un monstruo tan adorable, también lo será cualquier confesión que me haga, por muy alocada que suene.
Además, ¿dónde diablos iría mi falsa esposa si no? Los guardias nos van a buscar por tierra, vayamos donde vayamos. No la voy a abandonar, aunque no sea quien dijo ser. ¡Parece buena muchacha, demonios!
No sé esconderme porque nunca he tenido que fingir ser otro. Seguro que me situaría detrás de un árbol y me verían porque se me caería el diario sin querer. ¡Por Dios, qué escándalo! Ojalá los problemas de mi vida fuesen tan fáciles de resolver como pronunciar esa simple pregunta que mueve mares y montañas:
«Oh, sirena, ¿me concedes este deseo?»
Príncipe Rory Campbell, asustado y afligido
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