Abandono

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Hacía ya diez años que la playa no podía disfrutar de las conversaciones con aquella adulta en cuerpo, pero inocente en alma, que se negaba a crecer. ¿Qué habría sido de ella? En el mar, un alma se sentía abandonada, y triste tras la desaparición de aquella gran conversadora. Había sido arrebatado el mejor de sus pasatiempos. Al ver a aquella cría llorar, veinticinco veranos atrás, había pensado haber encontrado a la luz entre las tinieblas, como un faro que se alza en una orilla, durante la más oscura tormenta. ¿Cómo podía haberse equivocado?

Cada mes de Agosto, sin falta, aquellos pisotones tan conocidos habían hecho vibrar las arenas en las que se hallaba. Habían despertado la curiosidad de la espuma que acariciaba la orilla los llantos desesperados de una criatura incomprendida. De una cría, cuyo cuerpo crecía en una dirección, alejándose cada vez más y más de su mente. Pero las olas despreciaban ese cuerpo, envejecido. Esa prisión del alma que tanto adoraban. Por eso lo atacaban, una y otra vez, con la esperanza de que en algún momento un desafortunado golpe lograse separar la esencia de aquella muchacha de la carne. Aunque por su esperanza, sabía que nunca llegaría.

Ella no era la primera elegida, ni la segunda. Desde que el mar conocía de su existencia, había intentado consolar su inmensa soledad con la compañía de las criaturas que habitaban lejos de su alcance. En un principio, animales de cuatro patas habían sido su esperanza. Había intentado introducir sus palabras en la consciencia de aquellos peludos seres, a los que los hombres llamaban osos, pero estos no hacían más que corretear, bañarse en ella, y ladrar. Así pues, tras cientos de años, el mar se cansó de esperar una respuesta que nunca obtendría.

Había probado también con las aves. Una vez, una gaviota, grande y amenazadora, había captado su atención. Era diferente a todas las que había visto hasta el momento. Una mancha de un color rojizo se asomaba alrededor de su ojo derecho. Pensó que tal vez aquella marca indicaba que era diferente, e intentó entablar conversación con ella. En respuesta, no obstante, obtuvo un picotazo y la pérdida de uno de sus peces. Ofendida por el ataque, aunque no podía culpar al pájaro porque conocía el ciclo de la vida, decidió tirar su ilusión a las profundidades de un abismo, y esperó cientos de años más, hasta que al fin encontró a quienes serían sus confidentes, a quienes serían capaces de responder en cierto modo a sus preguntas, a unos posibles compañeros de debate.

Una mañana, miles de años atrás, un joven de tez tostada por el sol había decidido seguir un pequeño río hasta su desembocadura. Vestía con una prenda de lino que lo tapaba de la cadera a los muslos. Iba corriendo tras un animalillo, riendo. Era en la zona que en aquella época se denominaba El Gran Verde, actualmente apodada Mar Mediterráneo. Los ojos oscuros del muchacho quedaron petrificados ante la presencia de tal magnitud de agua, y sus pies se detuvieron instantáneamente, frente a la orilla del mar. Un escalofrío de temor recorrió su columna, y pareció que su shenti se movía al son del temblor de sus manos. Luchando contra la advertencia de llevarse otra decepción, el mar decidió intentar conversar con el joven.

- No debes tenerme miedo, crío.- Aullaron las olas.

Instantáneamente, las cejas del chico se alzaron, y sus cuerdas vocales vibraron cuando él emitió un chillido estridente, ante la sorpresa de una voz en la cabeza que no era la suya. Empezó entonces a correr río Nilo abajo, volviendo al lugar del que venía, y nunca más volvió a acercarse a aquel lugar. Por algún motivo, no obstante, el hecho de que esa criatura se hubiera percatado de su existencia impulsó a las aguas a hacerse notar.

Los mares eran constantemente surcados por diferentes embarcaciones, desde pequeñas barquitas hasta enormes navíos. Las aguas tuvieron la impresión de que tal vez sus marineros, que tanto apreciaban navegar por ellas, tendrían cierto aprecio por sus palabras.

Playa de mi vidaWhere stories live. Discover now