Un encuentro en el camino

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No pienso detenerme a explicar por qué unas cuantas semanas se convirtieron en una década

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No pienso detenerme a explicar por qué unas cuantas semanas se convirtieron en una década. El tiempo no es nada para mí y tampoco me genera interés el incesante movimiento humano, que pone fechas a deseos y aspiraciones.

Existen muy pocas lecciones del relojero que puedo confesar son parte de mi vida, pero hay algo reconfortante en pensar que "todo lo que se requiere debajo de los cielos, tiene su hora". Tengo una semblanza de paciencia, una media virtud, por decirlo así, que practico a conveniencia.

Yo, siempre estuve listo, pero Charmaine Devereaux necesitó un puñado de años de formación para encontrarse conmigo en el camino. Y, por formación, refiero el gran y maravilloso trabajo de todos aquellos que contribuyeron a destruir su espíritu, mancillar su cuerpo y ennegrecer su alma.

Una vez más, este demonio agradece ver su trabajo reducido por los esfuerzos constantes de una humanidad a la deriva, con un compás moral averiado, que se inclina a satisfacer necesidades inmediatas en lugar de luchar por la justicia.

No quiero ser vulgar, mucho menos morboso, pero digamos que Charmaine se convirtió en una de esas necesidades inmediatas con las que hombres que se llaman de Dios intentan ahogar sus pecadillos.

Cuando la echaron del orfanato, con varios meses de embarazo a cuestas, la infeliz decidió emprender la marcha hacia el norte de Francia. En su pensar de adolescente, poner distancia entre el lugar que vio la mayor de sus tragedias y el que designaría como su nuevo hogar, era lo correcto.

Quizás hubiese tenido suerte, si no fuera porque soy de los que piensa que el pasado siempre nos alcanza...

Esperé un tiempo antes de ir por ella. Necesitaba saber cuán transformativa sería para la joven la experiencia de convertirse en madre.

Todo. Estaba dispuesta a hacerlo todo por esa criatura quien, desde que fue concebida, consideró una víctima, igual que ella.

Charmaine era joven, de unos veinte años, apenas abandonando la adolescencia, para los efectos de este siglo. En ese tiempo, nadie juzgó el verla con una criatura en los brazos. Después de todo, catorce era la edad idónea para una madre. Lo que encontraron inevitablemente necesario juzgar, fue la ausencia de un esposo.

La primera vez que crucé palabras con Charmaine Devereaux, fue en las afueras de Saint-Malo, al noroeste de Francia, donde las primaveras tranquilas aseguraban inviernos imperdonables, con constantes tormentas y marejadas atlánticas que bañaban los muros de la ciudad. Era un lugar hermoso y a la vez salvaje, donde la vida se dividía entre aquellos que presumían de vivir resguardados por muros y los que tenían que conformarse con vivir a la sombra de las fortificaciones.

—¡No! Acaba de venderle a esa mujer una hogaza de pan por dos peniques. ¿Por qué insiste en cobrar cuatro? —La criatura que llevaba amarrada en un nudo de carga a su espalda lloriqueó, al presentir que su madre estaba exaltada. De no saber que se trataba de un pequeño ensayo de humanidad, la hubiese pensado un gato.

En el principio [Inédito]Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang