En el principio [Inédito]

Charmaine

No tuve tiempo para pensar sobre las consecuencias de mi conversación, el riego personal o mis sentimientos, los cuales se tornaron en asunto de interés para el cielo y el infierno.

Estampé una fecha de expiración a mis planes y ahora cuatro días no parecían suficientes. Esa misma noche dejé París para establecerme en Provins, una pequeña ciudad que, a pesar de quedar cercana a la capital, poco se interesaba por el ir y venir de sus nobles. Nadie sabía sobre mi tiempo como Étienne y ante aquello que la nobleza reclamaba, solo me bastó mantenerme alejado de la población en general para que nadie cuestionara por qué un nuevo vecino llegó al lugar.

Considerando que no deseaba ser el centro de atención, opté por métodos humanos para establecerme. Me limité a traer conmigo una carta de compra para una modesta propiedad y un par de baúles de ropa. El espejo recibido de Jansa viajó conmigo, materializándose en la casa una vez atravesé el marco de la entrada.

Sentado en el barandal de mi villa, vi salir el sol, pensando si en realidad Claude Bissaine estuvo dispuesto a alargar nuestra conversación por tantas horas. Sentí su presencia en ese instante. Estaba en algún lugar al sur de la ciudad; el latido de su corazón se hizo nulo una vez que se asomó el primer rayo del alba. Los vampiros pueden moverse durante el día, pero optan por no hacerlo. El hecho de que no vino a mí de forma inmediata, sabiendo que adelanté mi llegada, me indicaba que todavía no confiaba en mí del todo.

Por el momento, mi interés era Charmaine Devereaux. En menos de catorce días mis planes para con la niña se alteraron. La entregué para ser destruida, ¿por qué no? Todos saben de mi afición por las muñequitas rotas. Pero, si algo me interesaba saber en ese momento, era como la veía Claude. El vampiro parecía estar siguiendo instrucciones de parte de la Corte de Luz, esa entidad tras la cual el cielo se oculta cuando no quiere hacerse completamente responsable.

La curiosidad que me inspiraba ese hombre me llevó a decirle dónde encontrarla y ahora, si quería ganar su aceptación y confianza, debía apresurarme a arreglar todo el mal que provoqué. Me atavié con ropas que presumían estatus, pero exigían discreción, y me dirigí al orfanato.

Odio todo lo que implica un cambio de planes. Cuando la deje allí, inconsciente y recuperando de una fiebre, conté con no volverla a ver hasta que fuera preciso. Podían pasar años, incluso. Sentí que algo dentro de mí había fallado, provocándome a volver. Los pasillos estrechos que conectaban la entrada principal con el edificio, ocultando la estructura de los ojos de la gente en la calle y confundiendo con facilidad a cualquiera que intentara salir de ese lugar, parecieron abalanzarse sobre mí. Me sentía, ¿nervioso?, ¿a expectativa de algo? Fuera lo que fuera, era un sentimiento incómodo, guiado por una inseguridad que no existía antes de mi plática con Bissaine.

—Necesito saber sobre Charmaine Devereaux, una niña de unos diez años. Llegó hace un par de semanas, de un hogar hugonote.

—¿Tiene interés en llevarla consigo, monsieur? Si es así, debe hablar con la hermana superiora. La muchachita es un problema y de seguro un caballero como usted sabrá ponerla en su lugar. Es una magdalenita cualquiera. —El hombre se detuvo un momento a saborear la expresión—. La iglesia se encarga de hacer de ellas buenas cocineras, lava ropas, compañeras de casa... lo más que se puede cuando se trata con infelices cuyos pecados no los lava la mejor de las indulgencias. Usted no es el primero ni el último que aparece por aquí a buscar en alguna de ellas una ayuda idónea. Tal vez el más elegante, a lo mejor la infeliz sabrá agradecerlo sin que tenga que obligarla.