En el principio

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Quien se compromete a comenzar una historia con la frase "en el principio", tiene ante sus manos un riesgo.

No existen palabras más icónicas. La frase apela al colectivo humano, se asoma entre las sombras, el desorden y el vacío, para establecer un punto de partida.

Está de más decir, la cautela no es una de mis virtudes.

Con tal de no afectar sensibilidades, estableceré que, en una infinidad de comienzos y caminos, mi punto de partida lleva hasta un cielo y un infierno que tal vez no sean reales para quien lee esta confesión. Pero en mis más grandes anhelos y mis peores pesadillas, ambos están presentes, ardiendo bajo la tierra sobre la cual la caída me ha forzado a caminar por milenios, o asomándose inalcanzable tras el velo que se oculta al moverse más allá de donde los medios humanos registran estrellas.

En ese principio, mi principio, solo se escuchaba el desplazar de la rueda, haciendo orden del caos, formando lo que sería una copia barata de un cielo el cual nuestros ojos todavía no atestiguaban.

Estábamos ciegos. Desprovistos de luz, el primer y más agudo de nuestros sentidos nos permitía solo escuchar la frecuencia de la creación, lo que en el futuro, ángeles y caídos conocerían como misericordias y fidelidades.

Por un instante, en un abrir y cerrar de ojos, la frecuencia se convirtió en música, la música a su vez en voz y entonces, se nos brindó la oportunidad de escuchar los planes del relojero.

Cada pieza en su lugar, hasta que el universo se convirtió en una joya de perfecto engranaje.

No fue hasta entonces que nuestros ojos fueron abiertos. La intensidad de la luz quedó grabada en nuestras iris, por siempre plateadas. Sí, antes de que lo pregunten, cada demonio que camina sobre la tierra, si alguna vez cierra sus ojos, sigue viendo el cielo. Estamos marcados por la visión ineludible de aquello que perdimos.

La Tierra giraba ajena, pero sujeta a nuestra existencia. Y por lo que el recurso narrativo cuenta, fueron siete días, aparentemente todo se manejó de maravilla.

Tal vez la más grande decepción en esta historia es la corta duración de la garantía, pero me adelanto.

A nadie le gusta repetir elementos en la trama, y por eso poco saben que después de la primera caída, hubo una segunda.

Cuando el que ustedes los humanos conocen como el diablo cayó como rayo desde las alturas, quedamos varios ángeles simpatizantes con la causa, danzando en el precipicio. De primera intención no fuimos juzgados, después de todo, la curiosidad no es un delito. Es simplemente un deseo que carcome, el cual eventualmente provoca la caída.

Y el relojero, ante todo, es paciente. Es un punto indiscutible a su favor.

El llamado del interés a descubrir es más fuerte que el de la rebelión; la motivación no es política. La razón de la segunda caída nada tuvo que ver con recrear el cielo. Fue más bien el colateral de la obsesión con el producto creado.

¿Alguna vez leyeron un pasaje sobre la culpabilidad de las mujeres? Existen en todos los libros sagrados. Les juro que no es un acto de misoginia universal, más bien... una cierta falla en la forma en que se presenta el texto, vacíos de trama que complicaron la interpretación.

No se trata de todas las mujeres, ni siquiera fue la tal mentada Eva la que trajo la perdición y a la vez la redención al mundo.

Fueron ellas, las hijas del principio.

Las brujas.

Verán, el universo, al menos, la versión a la que pertenecen todos aquellos que viajan en mi historia, tiene reglas muy claras.

Cielo, Tierra, Infierno. Entidades separadas, destinos únicos, escondidos tras puertas insondables.

El primero es la fuente de todo y no es nada de lo que imaginan. El segundo es el destino de unas tantas billones de almas creadas menores a los ángeles y el tercero es una prisión elegante, en donde el primero de los presos, por alguna razón, se ha convencido de que es el alguacil del recinto.

Fueron ellas las que lograron conectar por primera vez, de forma única, estos tres niveles. Las brujas cambiaron la historia establecida cuando descubrieron la magia.

Diría en este instante, pobres de nosotros, los ángeles curiosos que quedamos danzando en el precipicio, cuando nuestros ojos vieron lo que las hijas del principio podían hacer con sus voces, sus manos, sus cuerpos... pero nunca he sido uno de esos seres que suelen convertirse en víctimas a conveniencia.

He tenido muchos nombres y más rostros de los que recuerdo. Para efectos de esta historia, mi nombre es Nick Rashard, príncipe de la segunda caída, demonio por elección, al momento inconvenientemente detenido en una prisión forjada por oráculos.

Demos la vuelta a la página, y llenemos los espacios. 

 

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En el principio [Inédito]Where stories live. Discover now