En el oscuro y lujoso hotel del inframundo, Lucifer y Alastor se encontraban solos en uno de los grandes salones. La atmósfera estaba cargada con la esencia del mal y la travesura. Alastor, siempre juguetón, decidió entretenerse un poco.
Alastor
—Lucifer, ¿alguna vez te he contado el chiste de la serpiente que entró a un bar?— le dije con mi característica sonrisa traviesa, disfrutando del momento antes de siquiera empezar.
Sus ojos se posaron en mí, serios como siempre, pero con una pizca de curiosidad.
—No, Alastor, no he tenido el placer.
Esa fue mi luz verde. Comencé mi narración con entusiasmo desbordante, cada palabra cuidadosamente elegida para provocar una reacción. Pero a medida que avanzaba, pude ver cómo su paciencia se desmoronaba poco a poco. Oh, la expresión en su rostro era un deleite absoluto.
—Alastor, ¿puedes llegar al punto de una vez?— espetó, cruzando los brazos con un suspiro.
Por supuesto, ignoré su impaciencia. Mi historia continuó, cada giro más absurdo que el anterior, hasta que finalmente rematé con un giro cómico tan ridículo que no podía evitar soltar una carcajada. Pero cuando busqué su reacción, todo lo que encontré fue una mirada gélida.
—Alastor, ¿acaso te tomas algo en serio alguna vez?— preguntó antes de levantarse con un fastidio palpable y abandonar el salón.
Mi risa se desvaneció. Algo en su tono me dejó inquieto. ¿Por qué me afectaba tanto? Yo, el gran Alastor, demonio de la radio y maestro del entretenimiento, sentía una sombra de preocupación cruzar mi mente. Tal vez... tal vez esta tensión creciente entre nosotros iba más allá de simples bromas.
Aún así, no podía evitar sentir una extraña necesidad de estar cerca de él. En ocasiones, su enojo me resultaba deliciosamente divertido; en otras, deseaba ver algo más: una sonrisa genuina, una risa que rompiera su armadura de severidad. ¿Era normal? Esa pregunta comenzó a rondar por mi mente, insidiosa y persistente.
Decidí buscarlo. Lo encontré en la cocina, batiendo con energía una mezcla que adiviné eran hotcakes. Su expresión estaba endurecida, pero había algo casi encantador en la forma en que se movía, concentrado.
—¿Lo interrumpo, su majestad?— pregunté con un tono casual, aunque mi sonrisa traicionaba mis intenciones.
—Me libré de ti por un momento y ahora estás aquí otra vez, siguiéndome como un perro faldero— masculló, visiblemente molesto.
—¡Yo no soy un perro!— protesté, ofendido solo lo suficiente para mantener la conversación interesante.
—¿Te recuerda a cómo moriste? ¡Ja!— replicó con una sonrisa burlona, antes de soltar una risa ligera. Ah, esa risa. Por muy irritante que pudiera ser, había algo adictivo en verla romper su fachada de frialdad.
—Como sea— murmuró, volviendo su atención a los hotcakes. —Muero de ganas de que Charlie pruebe mi nueva receta.
—¿Qué le agregó esta vez? ¿Leche de almendras?— respondí, adoptando un tono sarcástico que nunca fallaba en provocarlo.
—A veces siento que me acosas— dijo sin mirarme, pero pude notar la ligera curva en sus labios. ¿Era posible que estuviera disfrutando esto tanto como yo?
Observé con detenimiento mientras batía la mezcla, la vaciaba con precisión en el sartén y volteaba cada hotcake con una delicadeza inesperada. Había algo casi hipnotizante en sus movimientos.
—Me fascina cómo lo haces— admití sin pensar.
Lucifer me miró de reojo, sus mejillas enrojeciendo apenas.
—Bueno, al tener una hija, tuve que aprender a perfeccionar estas pequeñas bellezas— respondió con un toque de orgullo en su voz.
Un silencio incómodo se instaló entre nosotros, pesado y cargado de algo que no podía identificar.
—Entonces... ¿Cómo fuiste en la Tierra?— preguntó de repente.
Me tomé un momento para responder, mi mente viajando a recuerdos que había enterrado hace tiempo.
—¿Cómo fui? Bueno, como lo soy ahora, supongo. Mi infancia fue... común— dije, aunque sabía que no era cierto. Los recuerdos de las caricias de mi madre tras discusiones con mi "padre" eran cualquier cosa menos comunes. —En mi juventud, estudié lo suficiente para trabajar de locutor. Supongo que eso es todo.
Él me observó con curiosidad, su mirada más suave de lo habitual.
—Ya veo— murmuró, sin presionarme.
—¿Y tú? ¿Cómo fue estar en el Cielo?— devolví la pregunta, curioso por lo que podría decir.
Lucifer guardó silencio por unos segundos, sus ojos perdiéndose en un punto distante.
—Era un bufón para ellos. Mis ideas eran erróneas a su perfección, y... no todos me entendían. Por eso hice lo que hice.
El silencio que siguió fue diferente, más denso, casi sofocante.
—Lamento todo eso, Luci— dije con sinceridad. Podía detestarlo a veces, pero sus palabras resonaban conmigo de una manera que no esperaba.
—Qué importa. Estoy muy feliz aquí, contigo y con mi hija— respondió, sus mejillas tomando un tinte rosado que no pasó desapercibido para mí.
—Interesante— murmuré, mi sonrisa ensanchándose. Oh, este pequeño juego apenas comenzaba.
°•~•~•~•~••~•~•~
Ops! Esta imagem não segue nossas diretrizes de conteúdo. Para continuar a publicação, tente removê-la ou carregar outra.