19. Es Una Mala Idea, ¿Verdad?

378 62 32
                                    

Las palabras "concurso de talentos" pueden provocar toda clase de variopintas reacciones que tienen sus puntos más intensos en dos extremos: puede ser la oportunidad anhelada de una estrella escondida de la música, el canto o la comedia para darse a conocer, siendo el primer paso para catapultarse a un excitante camino de éxitos y gloria.

O puede ser un momento estresante de humillación en frente de compañeros estudiantes, profesores, padres de familia, y metiches listos con sus cámaras para enviar tus momentos más vergonzosos en dos segundos a las redes sociales, a la vista de otros metiches más.

No hay garantía de frutos algunos, pero claro: si deseas lograr algo en las artes interpretativas, el miedo al ridículo es algo que debe de ser purgado de tu ser.

Para Ryan, eso no fue difícil: tuvo su bautismo de fuego en un Bar Mitzvah en que le pidieron tocar Havah Nagila con guitarra eléctrica y la único otra fuente de entretenimiento era un sobrino de la familia recitando viejas rutinas de Jerry Seinfeld.

Para Allyson, eso sería un poco más complejo, y eso que ella ni siquiera se pararía en un escenario.

—¿Ves esto? —Ryan le preguntó, al hacerle notar un letrero en los pasillos de la escuela—. En esto quisiera participar.

—¿En el rally para donar sangre?

—No, el otro letrero —el muchacho corrigió, señalando al poster indicado—, el concurso de talentos.

—¿Tienes pensado participar?

—Hay rumores que podría haber un ejecutivo disquero entre la audiencia —Ryan sugirió—, eso es algo que no me puedo perder.

—¿Por qué un ejecutivo importante querría estar en un concurso de talentos de una escuela preparatoria en un barrio feo de Toronto?

—Pueden haber muchos motivos, Allye—el músico declaró—, puede estar interesado en el talento joven, aquellos con potencial de estrellas, nutrirse de las nuevas generaciones y nutrirlas también a su vez, llevarlos por una senda de éxitos y desarrollo profesional en una industria tan dura como lo es la del entretenimiento.

—¡Espera! —la rubia recordó una nota periodística vista hace un par de días—. ¿No es el tipo que condujo ebrio y lo condenaron a esto como parte de su servicio comunitario?

—Mira, que a mí no me toca juzgar cómo llegan las oportunidades —recalcó Ryan—, lo que me toca es tomarlas.

—Pero todo esto ahora me hace preguntarme y preguntarte, ¿cuál es mi función aquí?

—¿Qué te han parecido mis letras?

—Como si hubieran sido escritas por un niño de seis años —Allyson dijo, le dio la espalda, se marchó, y fue feliz por el resto de su vida.

Fin.

Vale, no: obvio no. ¿Tal pensamiento merodeaba en la mente de la jovencita? Quizá. Puede que con palabras diferentes, a veces más suaves, a veces más ásperas, pero la idea se mantenía: Ryan, como letrista, es... es buen músico.

Y la rubia adolescente estaba muy cegada por el enamoramiento.

—¡Son muy originales! —terminó expresando cuando sintió que ya habían pasado demasiados segundos de un silencio tan incómodo como la primera regla—. ¡Jamás había oído de alguien que usará la palabra "ornitorrinco" en una canción!

—¿Son tan malas, eh? —preguntó Ryan, sacando de balance a Allyson con algo a lo que no estaba acostumbrada todavía: honestidad creativa.

—Mira —la rubia pensó bien sus palabras, y contestó tras morder su labio un instante—, si quieres componer para Phineas & Ferb, estarás bien. Pero creo que tienes aspiraciones diferentes...

Un Club Entre DosWhere stories live. Discover now