Capítulo VIII

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Los días se deslizaban lentamente en los calabozos. Lord Cedric, con su orgullo herido y su lengua afilada, pasaba sus horas en solitario. Las paredes parecían escuchar sus pensamientos, y el eco de sus palabras irrespetuosas resonaba en su mente.

La reina, por su parte, enfrentaba sus propios dilemas. Sentía una mezcla de satisfacción y pesar.

Una tarde, mientras la lluvia golpeaba las ventanas, la reina decidió visitar nuevamente a Cedric. El pasillo estaba oscuro y frío, y las antorchas parpadeaban como si también sintieran el peso de la decisión de la reina.

Cedric estaba sentado en el mismo banco de madera, pero su actitud había cambiado. Su cabello estaba más desaliñado, y su mirada, antes desafiante, ahora era sombría. Al ver a la reina, se puso de pie y se inclinó con una mezcla de resentimiento y sumisión.

-Majestad -dijo con voz ronca-, he reflexionado sobre mis acciones. Mi chiste fue imprudente, y lamento haber ofendido a su majestad.

La reina asintió. -Lord Cedric, su arrepentimiento es un primer paso. Pero no olvide que su insolencia afectó la dignidad de la corona y la confianza de mi pueblo. ¿Qué hará para enmendarlo?

Cedric bajó la mirada. -Haré lo que sea necesario, majestad. ¿Puede perdonarme?

La reina se acercó a los barrotes y lo miró fijamente. -El perdón no se otorga con ligereza. Deberá demostrar su lealtad y su compromiso con el reino. A partir de ahora, será mi consejero personal en asuntos de diplomacia y relaciones exteriores.

Cedric parpadeó sorprendido. -¿Mi posición no está perdida?

-No -respondió la reina-. Pero su insolencia no será olvidada. Ahora, más que nunca, deberá pensar antes de hablar. Las paredes de esta celda han escuchado su imprudencia, y también serán testigos de su redención - Además, lady Cecilia es una joven encantadora -lord Cedric trago grueso -, sería una lástima que terminara casada con un pobre diablo -amezó con sutileza.

Así, Cedric tendría una nueva etapa en su vida. Las paredes del calabozo, mudas pero atentas, guardarían sus secretos.

La noticia del encarcelamiento de Lord Cedric se había extendido como un reguero de pólvora por todo el reino. Los mercados zumbaban con murmullos, las tabernas resonaban con historias exageradas y las calles bullían de especulaciones. El pueblo no sabía si aplaudir la firmeza de la reina o temer su implacabilidad.

En el palacio, los preparativos para la gran gira real estaban en marcha. La reina había decidido visitar cada rincón del reino, desde las aldeas más remotas hasta las ciudades más prósperas. Los ministros se apresuraban a coordinar la logística, mientras los artesanos tejían banderas y los músicos afinaban sus instrumentos.

Cecilia, la hija de Lord Cedric, observaba todo desde las sombras. Su cabello rubio caía en cascada sobre sus hombros, y sus ojos verdes reflejaban una mezcla de orgullo y preocupación. Había heredado la inteligencia y la valentía de su padre, pero también su terquedad.

Un día, mientras paseaba por los jardines del palacio, Cecilia se encontró con la reina. Esta última estaba rodeada de consejeros, pero su mirada se posó en la joven.

-Cecilia -dijo la reina-, ¿cómo te encuentras?

Cecilia se inclinó. -Bien, majestad. Agradecida por su clemencia hacia mi padre.

La reina asintió. -Lord Cedric cometió un error, pero todos merecen una oportunidad de redención. ¿Qué opinas de su castigo?

Cecilia miró al suelo. -Creo que fue justo, aunque doloroso. Mi padre es testarudo, pero también es leal. No puedo evitar preocuparme por él en esa celda fría.

LA REINA FEAWhere stories live. Discover now