Capítulo IV

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Felicia no logro dormir en toda la noche, una mezcla de sentimientos la agobiaban y le hacían palpitar el corazón con irregularidad; por una parte, estaban las cosas que había visto, por otra, lo que le decía su maestro, y del último, su padre... El cual entró a su habitación apenas se retiró Henry -su maestro- y le advirtió que él seguiría tomando las decisiones de Gobierno, que ella en realidad, sería solo la imagen del Estado.

Todas esas discrepancias la llevaban a tener un dolor de cabeza estruendoso que acabó por robarle la energía. La reina se quitó la ropa sola, cómo siempre lo había hecho, y se metió a la cama, dónde dió vueltas hasta amanecer, Felicia tomó una decisión que sería su primera jugada maestra.

Espero con impaciencia que llegará la hora de su primera reunión con los ministros, cuando notó que era el momento, abrió las puertas de su habitación y emprendió el camino, sin esperar a su padre, al maestro o a alguien que le dijera que podía salir. Solo se colocó su velo, y salió.

Sabía por boca de Henry que su padre siempre se presentaba tarde a las reuniones, que incluso había autorizado que comenzarán sin él, porque esos temas lo agobiaban. Incluso, había días en los que ni siquiera se presentaba. Por lo que ir temprano a la reunión era una opción maravillosa.

Gracias al cielo se había aprendido el camino al Gran Salón el día anterior, tanto que los guardias apenas podían seguir su paso con las grandes zancadas que daba la reina en dirección a la reunión. Llegó antes que todos, se sentó en el trono y tuvo tiempo de leer algunas solicitudes que habían hecho los ministros a su padre, puras tonterías, pensó.

Los hombres que llegaron antes de la hora, quedaron con la boca abierta al llegar al lugar y ver a la reina ahí, sentada serenamente con los guardias a los lados. Iba vestida de azul pastel con el característico velo negro del día anterior.

Cada uno tomó su lugar en el Salón y se mantuvo en silencio.

El Secretario de Estado y miembro del Consejo privado del rey fue valiente, y se acercó a la reina. Se presentó ante ella, evitando tener contacto visual con Su Majestad, le resultaba incómodo hablar con una mujer oculta tras un velo, pero era un hombre muy devoto a cumplir las reglas.

Era un hombre serio, de principios y formal, de mediana edad, respetado y temido por muchos, hermano de Samuel, el consejero privado del rey Owen...

Él tenía un conflicto interno y debatió toda la noche entre la ilusión y el abatimiento frente a su nueva y joven reina.

La reina le escuchó pacientemente todo lo que el Secretario dijo sobre las solicitudes, sobre las finanzas y sobre temas de política...

Se levantó del trono y caminó a la cámara privada que tenía el salón, lugar que conocía por el plano que le hizo Henry del palacio años atrás. Habían cosas que recordaba y otras no tanto.

Invito al hombre a seguirla.

Ya en el lugar la reina expresó varias cosas que dejaron con los ojos como platos al hombre. Después de conversar por veinte minutos él supo que la reina poseía un ingenio agudo y un descaro en el hablar impropio de una mujer. Presenció que Felicia sabía hablar cinco idiomas con la misma fluidez que el propio; ella preguntó y cuestionó varias acciones y le dejo claro al Secretario que su intención era cambiarlo todo, con o sin su ayuda, ella iba a poner fin a la gestión ineficiente de su padre.

-Majestad -dijo, y la reina notó una tensión casi imperceptible en el semblante del hombre. No había pasado ni un minuto cuando él se hincó en el suelo -, lo que más deseo en este mundo es ver su reino próspero. Ver a nuestra gente trabajando honradamente y viviendo con dignidad. Si mi señora habla de querer lo mismo, entonces, sepa usted que no solo me tendrá a sus pies como súbdito fiel, sino como un amigo, como un perro de ser necesario apostado a sus necesidades -dijo en el suelo.
-Pues, comience levantándose del suelo y ayudándome a enfrentar a mi padre -soltó, él respiró profundo y se puso de pie, los ojos le brillaron-. Su hermano fue quien convenció a mi padre de abdicar a mi favor. No sé con qué intención, mi lord.
-Con intención de cambiar el rumbo de nuestra nación, y de evitar el derramamiento de sangre.
-¿Lo pensaban matar?
-¡No lo sé!-dijo de inmediato el secretario. Apartando la vista.
-Espero que usted sea de confianza mi lord, de lo contrario...
-Majestad, me tendrá, como siempre, a vuestro servicio eternamente.
-Eso espero -dijo, en un tono dulce.

LA REINA FEADonde viven las historias. Descúbrelo ahora