Capítulo VII

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La noche había caído sobre el reino, y con ella, un silencio expectante se extendía por los pasillos del palacio. La reina Felicia, ahora sola en su alcoba, contemplaba su reflejo en el espejo. Reflexionando sobre las palabras de sus damas.... ¿Por qué creían que ella era un monstruo?

La luz de las velas danzaba sobre su piel, revelando una belleza que no necesitaba de adornos ni velos para ser reconocida. Era una belleza que emanaba de su fuerza y determinación, de su capacidad para gobernar sola. De su juventud.

Mientras tanto, en las sombras de la sala del consejo, los caballeros murmuraban entre sí, inquietos por la firmeza de su reina. “¿Cómo puede una mujer sola llevar la carga de un reino?”, se preguntaban, sin darse cuenta de que subestimaban la resiliencia y sabiduría de Felicia.

En las calles, el pueblo comenzaba a ver a su reina con nuevos ojos. De rumores y habladurías estaba impregnado el ambiente, como si el mundo entero aguardara las decisiones de la joven monarca.

Al amanecer del día siguiente, los rayos dorados del sol se filtraron a través de las cortinas de la alcoba de la reina Felicia. Se levantó con determinación. Había pasado la noche reflexionando sobre las palabras de sus damas. No podía permitir que los rumores y las expectativas la limitaran. Si bien su edad y su género no encajaban con los estándares tradicionales, su mente y su corazón estaban llenos de coraje y ambición.

Se vistió con un vestido sencillo pero elegante, dejando atrás los pesados trajes de reina. No quería pasar lo mismo del día anterior. Su cabello oscuro caía en suaves ondas sobre sus hombros. Miró su reflejo en el espejo antiguo y sonrió. Se recordó a sí misma. “Necesito ser fuerte y severa”.

Se colocó su velo negro y descendió al Gran Salón, donde los consejeros la esperaban. Sus miradas se posaron en ella, y algunos murmuraron entre sí. Pero Felicia no se inmutó. Se sentó en el trono de ébano y marfil, mirando a cada uno de ellos con determinación. Todos se preguntaron si jamás iban a ver su rostro.

—Consejeros y ministros —comenzó, su voz resonando en la sala —Hemos hablado de alianzas matrimoniales y estabilidad política. Pero hay algo más importante que debemos considerar: la lealtad y la valentía — comenzó diciendo.

Los consejeros y ministros intercambiaron miradas confundidas.
—Su Majestad, ¿a qué se refiere?—preguntó el anciano Lord Cedric.

Felicia sonrió.

—He decidido buscar aliados en lugares inesperados —declaró —. No necesito un esposo para gobernar, pero sí necesito alianzas. Alizansas importantes con países importantes.

El primer ministro, carraspeó:
—Pero, Su Majestad, la estabilidad del reino…

—La estabilidad se logra con poder —lo interrumpió Felicia —. No con alianzas forzadas. Sino con alianzas bien planificadas y ventajosas para ambos.

Los consejeros murmuraron, algunos escandalizados por la audacia de la reina. Pero otros asintieron, reconociendo la valentía en sus palabras.

Felicia se levantó del trono.

—No pretendo reinar escondida en mi alcoba —dijo.
—Pero si detrás de un velo —soltó lord Cedric, y varios rieron a espaldas de la reina.
—Diga el chiste en voz alta, lord Cedric —dijo la reina, con severidad. Lord Cedric continuo sonriendo, mientras el resto se enserio.
—Su majestad no ha sido nada —dijo con disimuló.
—Cree usted que ridiculizar a su reina es "nada".

Lord Cedric sonrió con nerviosismo, pero con serenidad.
—No ha sido mi intención...
— Abandoné el salón  de inmediato.
—Su majestad, no es...
—¡De inmediato¡ —lord Cedric miró a todos lados incrédulo. —Guardias —dijo la reina, y los Guardias sin esperar más caminaron en dirección al lord. Él retrocedió de inmediato, hizo reverencia a la reina y abandonó la reunión.
—¿Alguien más desea acompañar al lord Cedric? —preguntó, todos en silencio negaron. La reina se inclinó hacía a un lago y dijo al guardia a su lado: lleven a lord Cedric a los calabozos, en total discreción. El guardia asintió y emprendió su camino, todos los presentes se quedaron expectantes ante el nuevo suceso. Otro guardia de inmediato tomó el lugar del anterior, a un lado de la reina.
— Continuemos con la agenda... —dijo en total normalidad —. Quiero una lista de posibles alianzas, sus beneficios, sus condiciones, sus limitaciones, sus antecedentes de lealtad... Todo.

Así, la reina Felicia trazó un nuevo rumbo para su reinado. El reino estaba a punto de presenciar una era de cambios, donde la fuerza de su corazón superaría cualquier prejuicio.

Al finalizar su reunión tuvo una reunión fugaz con su padre y el primer ministro. Luego, la reina descendió por las escaleras de piedra que conducían a los calabozos del castillo. La luz de las antorchas parpadeaba en las paredes húmedas, y el aire se volvía más denso a medida que avanzaba. Lord Cedric, el insolente ministro, estaba encerrado en una celda al final del pasillo.

Al llegar, la reina encontró a Cedric sentado en un banco de madera, con las manos esposadas y la mirada sombría. Su cabello rubio, antes impecable, La reina cruzó los brazos y lo observó con severidad.

—Lord Cedric —dijo con voz firme—, ¿sabe por qué está aquí?

Cedric levantó la vista y la miró con desdén. —Porque no puedo resistir hacer un buen chiste, incluso si es a expensas de su majestad.

La reina apretó los labios. —Sus comentarios irrespetuosos no serán tolerados en mi corte. ¿Qué le llevó a burlarse de mí en plena sesión?

Cedric se encogió de hombros. —Quizás fue la corona, majestad. Parece un poco pesada para su delicada cabeza.

La reina sintió una oleada de ira.
—Supongo, tendré que mandarla a adaptar a mi cabeza.

Cedric sonrió con malicia.
—¿Qué hará, majestad?, ¿me cortará la cabeza como a un traidor?

La reina se inclinó hacia él. Sonrió.
—No, lord Cedric. Eso sería demasiado rápido. ¿Por un chiste? Sería exagerado de mi parte, no estoy loca. —dijo, con gracia. Él se mantuvo serio —Hay cosas peores que la muerte, lord Cedric.
—¿Cómo cuáles, su majestad? —dijo él, burlesco.
—No lo sé, con el tiempo lo averiguaremos —soltó divertida —. Por ahora, prefiero que reflexione sobre sus acciones.

Con esas palabras, la reina se dio la vuelta y se alejó. Cedric la observó con burla, pensó  "no tiene lo necesario para reinar".

—Vayan a casa de lord Cedric —coemnzó diciendo la reina, el paro la oreja para escuchar, aunque ella lo decía en un tono suficientemente alto para que él escuchará —Trigan a su hija Cecilia, será mi dama de ahora en adelante.

Lord Cedric entendió de inmediato la jugada de la reina, y mientras su majestad se perdía en la penumbra. Él entendió que cruzó una línea, y ahora enfrentaría las consecuencias de su insolencia.

En los calabozos, el tiempo se estiraba como un hilo fino, y Cedric se preguntó cuántos días pasaría antes de que la reina reconsiderara su castigo.

Mientras tanto, en el corazón del palacio, la reina se sentó en su trono, la corona pesando sobre su cabeza. Había protegido su honor y su posición, pero también se preguntaba si había hecho lo correcto. ¿Era la justicia o la venganza lo que la guiaba?

Su padre quería que le cortará la cabeza a Cedric y el ministro que lo castigara.

Solo el tiempo lo diría. Mientras tanto, Cedric permanecería en su celda, reflexionando sobre su chiste imprudente y sobre sus finanzas, porque su hija Cecilia estaba en edad de casarse, y pensaba hacerlo con un hombre rico y poderoso de la frontera... Claro que, ahora que Cecilia iba a hacer la dama de la reina, no podría abandonar el palacio hasta que la reina se lo autorizara.


LA REINA FEADonde viven las historias. Descúbrelo ahora