Inquietante era la mejor palabra para describirlo. Todo el día rodeado de personas que lo buscaban, que lo ansiaban, que lo sentían, que habían recorrido kilómetros y kilómetros de bosques en su búsqueda para llegar a él. Personas desconocidas, desesperadas, asustadas, confusas. Buscando respuestas que él no tenía.

Se sentía observado y juzgado a pesar de saber que la barrera que rodeaba la granja les impedía conocer qué ocurría dentro. Se sentía culpable, incapaz de darles la respuesta que merecían. Que él no tenía.

Necesitaba encontrarlas, necesitaba descubrir por qué se habían visto atrapados allí. ¿Pero cómo averiguarlo? ¿Cómo remediarlo?

—¡Ellos me encontrarán y os matarán! ¡Todo habrá sido para nada! ¡Os mataré! ¡Té mataré! ¡Mataré a la chica! ¡La despellejaré viva! ¡Soltadme!

Isaac se levantó del suelo con lentitud y se dirigió a la habitación de Elia. Los gritos llegaban también hasta ella, despiadados e implacables. Y a pesar de todo, su hermana seguía durmiendo, ajena a todo.

Estaba convencido de que el hechizo había funcionado. Elia había dejado de gritar, la sedación ya olvidada. Toda ella lucía más tranquila, más relajada. Parecía que estuviese recargando fuerzas para despertar.

Confió en que así fuera.

—¡Conozco los hechizos! ¡Conozco los hechizos para haceros sufrir! ¡Vuestras vidas serán un suplicio! ¡Os mataré a todos!

Se planteó si subir y amordazarla, cada vez una opción más tentadora. Pero él lo merecía. Fuera lo que fuera que Lilia había ingerido, lo había hecho para salvar a su hermana, y, por tanto, tenía que sufrir las consecuencias con ella.

Cerró los ojos concentrándose en su respiración.



—¡Ella os matará! ¡Os matará! ¡Suplicaréis por vuestra vida! ¡Os matará!



—¡No tendré compasión! ¡Os degollaré a todos! ¡A todos!



—¡Soltadme! ¡Soltadme! ¡Soltadme!



Isaac tardó unos instantes en notar el cambio. Y al hacerlo deseó no haberse dado cuenta.

—¡Por favor...! ¡Me duele! ¡Me duele! ¡Por favor...! ¡Haced que pare! ¡Haced que pare! ¡Me duele! ¡Ayudadme! ¡Por favor...! ¡Por favor...! ¡No! ¡No! ¡Por favor!

Ya no había amenaza en su voz, solo dolor, suplicio, miedo.

Isaac ajustó su postura y volvió a cerrar los ojos.



—¡Ayudadme! ¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Por favor...! ¡No puedo más! ¡No puedo más! ¡Ayuda!



Un día y medio después del hechizo los gritos cesaron. No fueron perdiendo intensidad hasta desaparecer, tampoco fueron espaciándose en el tiempo ni se volvieron tan flojos que dejó de oírlos. Simplemente cesaron de un instante a otro.

Isaac se levantó con notable dificultad. Sentía todo el cuerpo agarrotado y fatigado y la cabeza le lanzaba estallidos de dolor desde hacía horas, no llegaba a recordar cuando habían comenzado. El suelo se movió bajo sus pies al mismo tiempo que unos puntos negros aparecían en su campo de visión, juguetones.

Apoyó la mano en la pared para estabilizarse temiendo venirse abajo y caer. La otra se la echó sobre los ojos que cerró con fuerza esperando que las manchas oscuras desaparecieran.

Tenía que comer y dormir, lo sabía. Lo necesitaba, llevaba demasiados días durmiendo nada más que un par de horas, exigiéndose concentrarse en volumen tras volumen, apenas comiendo. No podía continuar así. Lo sabía, y aún así, el simple hecho de pensar en comida le revolvía el estómago. En cambio, la idea de dormir parecía el paraíso. Un sueño lejano. Inalcanzable. Maravilloso.

Cogió fuerzas antes de atreverse a dar un paso que sabía que sería tambaleante. Consiguió mantenerse en pie.

«Otro paso más» se ordenó.

Llegó hasta la puerta.

Se sujetó al marco para asegurar su estabilidad, echándole una última mirada a Elia antes de abandonar la habitación. Sabía perfectamente que su hermana seguía exactamente igual que tras el hechizo, que nada había cambiado, pero la ansiedad y el miedo le ganaban terreno cada vez que la perdía de vista. La necesidad de comprobar que seguía allí, que no había vuelto a desaparecer.

La contempló unos instantes antes de salir del dormitorio.

Se planteó si subir a comprobar el estado de Lilia, pero rehuyó la idea. Que hubiera dejado de gritar no significaba que hubiera perdido la consciencia, aparecer podría alterarla de nuevo reanudando sus gritos y tenía tanto sueño...



Desde que Alma había aparecido esa primera vez tenía el sueño ligero. Se despertaba con cualquier ruido, atento a cualquier posible peligro o imprevisto, y a pesar de ello, las pesadillas se habían vuelto omnipresentes.

Esa vez no fue diferente. Tan pronto su oído captó el ruido del motor, seguido de las pisadas y parloteo de sus amigos su consciencia lo devolvió al mundo de la vigilia.

Identificó al momento sus voces pero no fue capaz de levantarse de la cama para ir a recibirlos. Ni tan solo de abrir los ojos.

Sin embargo, fue plenamente consciente de como Asia se materializaba en la habitación y desaparecía pocos segundos después.

—¡Está durmiendo! —escuchó que les murmuraba a Naia y Áleix. Lo habían estado buscando por la granja.

—Suerte la suya —contestó la chica—. Voy a tumbarme un rato yo también. Este silencio es...

Maravilloso.Increíble. Pacífico. Había muchos adjetivos para describirlo. 

—Pero no te confíes... Lilia sigue encadenada. Queriendo matarnos —la chinchó Áleix con malicia.

Naia le dio un tortazo antes de desaparecer por el pasillo.

—Yo... ¿me abres algún libro? —le pidió a Áleix.

Perdió sus voces cuando se alejaron hacia el comedor. O puede que fuera él quien volvió a adentrarse en el mundo de los sueños, de la oscuridad, el horror y la sangre. No era tan distinto al que lo rodeaba. 


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Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now