Su hermano la contempló con el rostro inexpresivo.

Una figura espectral se acercó a él.

—Se pondrá bien. Lilia la ayudará.

Isaac guardó silencio unos segundos. Sus pensamientos eran confusos, contradictorios, incapacitantes. Se había dicho que tenía que mantener la mente fría, que tenía que centrarse en el mundo que lo rodeaba para no pasar por alto señales importantes, que tenía que centrarse. La seguridad de todos dependía de ellos. Pero el miedo... el miedo era atroz. El miedo se había infiltrado en todos y cada uno de los nervios de su cuerpo, en cada uno de los pensamientos, de los planes, de los razonamientos.

El miedo por su hermana.

Estaba a salvo, la habían alejado de los demonios. Y aún así, ellos no se habían alejado de ella. ¿Lo harían algún día?

—¿Y si borrarle los recuerdos no elimina el dolor? ¿Y si la han roto para siempre? —Su voz fue apenas audible.

—Entonces la llevamos a un hospital. La gente aprende a vivir después de una enfermedad, después de una pérdida, después de una guerra o décadas de maltratos y torturas. Después del dolor. Ella también podrá.

» Si Lilia no puede ayudarla lo harán los médicos.

Isaac no dijo nada, aunque sabía que tenía razón, eso no hacía desaparecer el miedo. La culpa. La rabia.

Si el hechizo de Lilia no funcionaba sería culpa suya que su hermana tuviese que convivir con aquello. 

Y entonces lo notó.

Su mente se quedó en blanco de golpe.

Y bajó la mirada.

Los dedos de Asia se habían apoyado en los suyos. Fríos pero suaves. Corpóreos.

Uno de sus dedos rozó el índice del chico hasta llegar al dorso de su mano.

Ambos se miraron a los ojos, sorprendidos. Paralizados.

—Me estás tocando —murmuró. «¡Es obvio que te está tocando! ¡Di algo más relevante!» gritaba una parte de su mente, pero no podía pensar más. Su capacidad de raciocinio se había desactivado. Solo sentía su tacto, dulce y delicado, y sus ojos oscuros, y...

—Te estoy tocando —respondió ella también en un susurro—. Te estoy tocando —volvió a repetir. Esa segunda vez el desconcierto teñía su tono.

Y tan inesperadamente como había sucedido, se acabó. Isaac notó cómo un leve escalofrío le recorría el cuerpo y al bajar la mirada confirmó como de repente la mano de Asia ya no lo tocaba, sino que lo atravesaba. Incorpórea.

Asia apartó la mano con rapidez, muerta de vergüenza.

—Lo siento... —murmuró.

Isaac negó con la cabeza, sonriendo a pesar de que no acababa de ver claro qué pensar ni sentir. ¿Se alegraba porque había conseguido materializarse? ¿La felicitaba? ¿Le pedía que no se disculpase? ¿Le quitaba peso para que no se sintiera avergonzada? ¿O...?

«No quiero quitarle peso». Esa afirmación lo sorprendió.

Y con ello recordó algo que Alma había dicho mucho tiempo atrás.

«Es capaz de ver a los espíritus, de hablar e interactuar con ellos. Puede que incluso llegues a ser capaz de tocarlos o controlarlos».

¿Podía...? Si se lo proponía, ¿podía llegar a tocarla?

No lo pensó. Alzó una mano en dirección a su rostro. Y se quedó paralizado al ver la expresión de desconcierto, miedo y vergüenza de Asia.

—¿Puedo...? —¿Estaba tartamudeando? ¿¡Qué demonios le estaba pasando?! —. ¿Puedo probar algo?

Cuando la muerte desaparecióМесто, где живут истории. Откройте их для себя