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Había tenido la experiencia más extraña en el club, incluso llegué a pensar que las bebidas que Coto me había dado tenían algún tipo de alucinógeno, porque… ¿Qué tan probable es que el oráculo de Delfos haya hablado conmigo para decirme que solo quería ver al mismísimo causante de “caos” en el Olimpo? Sonaba como algo que podría alucinar después de fumar marihuana, no tenía mucho sentido.

Ya había caído la noche y salimos del club nuevamente en grupo, Phobos y Deimos tuvieron que arrastrar a su hermano menor fuera de ahí porque se resignaba a irse, al parecer tenía algo que decirle a “Deida” una ninfa con la que estaba encaprichado. Lo sacaron a rastras y volvimos a la andada en motocicleta, pero yo seguía tan distraído que casi me caigo en movimiento y todos se detuvieron al notarlo. Me quité el casco rápidamente y me puse de pie para tomar aire, me había tomado muy a pecho lo del oráculo.

—¿Qué ocurre, Persedes?—me cuestionó Atelea, yo dejé el casco y me pase las manos por el cabello.—¿Perse?

—No es nada, solo me sofoqué.—mentí.

Ares me observó.

—Tal vez deberíamos tomar un poco de aire.—estableció él.

Cerca de donde paramos había una fuente, y Ares nos dejó andar libres por un rato para tomar aire. Atelea fue conmigo a caminar y terminamos de pie frente a la Fuente de Trevi. Ya era bastante noche para ese entonces y los turistas ya eran escasos, el agua fluía tranquila con las luces de la base de piedra alumbrando el agua cristalina y las estatuas que adornaban por detrás. Noté uno que otro destello inusual en el agua, como si fueran pequeños ojos luminosos que me observaban expectantes de algo.

—¿Estás bien?

La voz de Atelea me sacó de la paranoia en el agua, sus ojos me estudiaban con preocupación; saqué mi mejor sonrisa para calmar sus nervios y dejar de preocuparla. Realmente si estaba inquieto, pero no sabía qué pensaría ella si se lo decía ¿Qué estaba drogado?; o tal vez si llegaba a ser verdad ¿Qué se supone que significaría que yo fuera capaz de hacer tales cosas como generar discordia?

No lo entendía ni yo mismo.

—Estoy bien, creo que tal vez las bebidas que me ha dado Coto han sido un poco fuertes o ya sabes, demasiado para mí.—respondí con la mayor seguridad posible.

Pareció no convencerla por completo, pero decidió dejarme en paz e ignorarlo. En vez de seguir preguntando, ella sólo tomó mi brazo con sus manos y lentamente reposó su mejilla en mi hombro; yo imité su acto y me apoyé en su cabeza con una pequeña sonrisa. Hubo un silencio duradero con el constante ruido del agua fluyendo y los murmullos de la gente.

Estaba muy cómodo, la presencia de Adela siempre traía una calma impresionante, podría pasar toda mi vida tomándole la mano y sintiéndome feliz.

—Crees que si nos hubiéramos conocido en otro contexto ¿Seríamos amigos?

Su pregunta me tomó por sorpresa, pero estaba seguro de la respuesta, no importaba la situación o la razón, sabía que siempre sería su amigo.

—Claro que si.—confesé.—No hay duda.

Nos la pasamos ahí un buen rato hasta que Ares nos llamó para regresar al viaje; seguimos sin más palabras y el paseo se extendió por un largo rato más. Concluimos tal vez después de las dos de la mañana, regresamos a la casa-palacio de Ares, en nuestra mayoría contentos por todo lo que acabábamos de ver y vivir; los gemelos estaban tan especialmente contentos que compartieron con Atelea y conmigo unos cuantos dragmas por si queríamos comprarnos algo.

Estábamos muy tranquilos, pero nos duró escasos momentos la calma antes de que las puertas de la casa fueran abiertas y nos encontramos con las dos personas que más detestaría en toda mi vida; los creadores de todo este dolor y muertes.

Persedes y el torneo de dioses Where stories live. Discover now