Recogió un poquito de agua con la palma de la mano y la dejó caer sobre el fantasma. Como era de esperar las gotas la traspasaron hasta impactar contra la madera en la que estaba sentada y que se podía llegar a ver a través de ella.

—Te hemos mojado —repitió Áleix entendiendo toda la conversación y aun así el desconcierto de su voz se solo hizo que aumentar. 

Asia los observó con el rostro expectante e inexpresivo a la vez, preparada para soltar la noticia tan parecida al 'ya ha hecho sus primeros pasos' que anunciaban los padres cuando los niños apenas habían dado un traspié.

—Ayer apagué una vela.

Naia frunció el ceño y sin pensarlo demasiado se dispuso a tocar a Asia. El dedo le traspasó la mejilla regalándole a ambas un escalofrío.

Las dos se quedaron pensativas.

—¿Podemos tener esta conversación dentro, calentitos?

Aunque Naia le fulminó con la mirada, fue la primera en entrar.

Sin más ropa de la que llevaban puesta les tocó rebuscar en el armario de Idara para encontrar algo con lo que abrigarse. Tras echar un vistazo a las prendas disponibles la chica acabó optando por la parte masculina del vestidor de la bruja, por lo que ambos acabaron con unas camisas blancas llenas de volantes y unos pantalones abombados marrones, a la moda del siglo XVIII. O XIX, lo desconocían. Lo complementaron con unas chaquetas largas de terciopelo y unas medias un tanto amarillentas hasta las rodillas.

Al salir de sus respectivos dormitorios, trasladados a otra época, Asia los recibió con una sonrisa un tanto divertida. Áleix examinaba la pomposidad de las mangas con el ceño fruncido.

—Me alegro muchísimo de haber nacido cuando he nacido.

—Sí, porque si no estarías muerto.

Se giró hacia ella con el ceño fruncido debido a la confusión.

—¿Eh? ¿De qué narices estás hablando?

—Hombre, que yo sepa, hasta el siglo XX no se empezó a vender insulina.

El chico le dedicó una mueca y rodó los ojos.

—Repelente —murmuró. Inconscientemente su mano se había dirigido al sensor de glucosa que le decoraba el brazo.

Naia sonrió maliciosamente dejándolos atrás. Paró en seco cuando al llegar al comedor descubrió que todos los libros que habían dejado abiertos se encontraban apilados al lado de uno de los sofás. Otra vez.

Encima de la mesa volvía a encontrarse el pequeño tomo en latín.

Los tres compartieron una mirada confusa.

—¿Por qué Isaac nos dejaría un libro en latín sin decirnos nada? —se cuestionó Naia.

—Que yo sepa no sabe latín —le contestó Áleix. Ambos se habían acercado al libro.

—Peor me lo pones —murmuró la chica.

» ¿Entonces Idara? ¿Alma?

Áleix le dedicó un encogimiento de hombros.

Naia lo consideró: no parecía muy propio de ninguna de las dos ponerse a recoger, y menos lo que otros hubieran desordenado. Todavía menos con la búsqueda de Elia entre manos. La culpabilidad y el miedo volvieron a llenar su mente. ¿Cómo...? ¿Cómo habían estado jugando con agua como niños pequeños? ¿Cómo habían...? Su amiga estaba desaparecida. Y no se había fugado para estar con sus amigos o ido de casa para cumplir sus sueños.

Tragó saliva tensando cuello y mandíbula para evitar que las lágrimas rodaran por sus mejillas. ¿Y si estaba...? ¿Y si estaba...? No. No podía ser. No podía perder a más gente.

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now