VI

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¡Un ajuste más al corsé y se los iba a poner de sombrero!

Natasha ni siquiera se podía quejar a gusto, le dolían las costillas y respirar le estaba costando cada vez más; no podía inhalar, ni exhalar. «¿Acaso debía de tener la cintura del ancho de una ciruela? ¡Maldición!».

—No se mueva, milady, por favor—la joven nodriza casi le suplica de rodillas porque ella se escurría como una lombriz—. Ya queda poco y va a quedar aún más hermosa.

Natasha, harta de la situación, se sentía asfixiada y no solo por la presión del baile y las expectativas de Sarah, sino por ese corsé del demonio. No iba a tolerar un segundo más de esa tortura. Se enderezó y juró que en ese preciso instante escuchó crujir su espalda.

Enfrentó a la pobre joven con una mirada fúrica y, puesto que no podía emitir palabra, procedió a quitarse sin ninguna delicadeza los lazos de esa arma de tortura o se tornaría del color de una uva. «¡Bendito Dios! ¡Había espacio para sus dos pulmones!»

—¡Ni un segundo más, Edith! No pienso soportar esa cosa otro rato.

—Pero si ni siquiera se lo acabo de colocar...

A Natasha no le quedó más remedio que rodar los ojos cuando vio a Edith al borde de las lágrimas. Aunque, si ella también estaba bastante frustrada, era bueno que Edith al menos padeciera un poco. Pero, siendo así, no podía tomar represalias contra la indefensa chica cuando no era su culpa. «¡Pero, vamos! ¡¿Qué acaso debía ir tan ajustado?!».

—Si terminabas de colocármelo estaría muerta para cuando termines— estrechó los ojos en su dirección mientras se frotaba la cintura a ver si recuperaba la circulación—. ¿Cómo lo soportas? Yo me lo quito cuando nadie está viendo.

Edith alzó una ceja comenzando a alarmarse con su confesión. Natasha pegó un brinco y se llevó las manos a los labios como si hubiera soltado la mayor ofensa hacia su género. «Como si no hubiera peores...» Bufó «¿ Pero no podía mantener la boca cerrada?».

—Olvida que te dije eso—sonrió, pero Edith seguía observándola pasmada—. Olvídalo o le diré a Lord Seymour que te atrapé olfateando su camisa esta mañana.

El dedo amenazante de Natasha bastaba para que la nodriza quisiera salir corriendo, pero si lord Seymour se enteraba que olfateaba sus camisas moriría de vergüenza.

—Su excelencia ni siquiera sospechará.

—Excelente...Ahora, ¿El perla o el celeste?— puso cada vestido bajo su mentón observando su reflejo en el enorme espejo en la esquina de la habitación—. No me mires así, Edith. En serio estoy haciendo mi mejor esfuerzo, es solo que estoy...nerviosa.

Edith cambió su expresión de preocupación por una sonrisa comprensiva y se acercó a ella, quitando el vestido perla de las manos de Natasha.

—Milady, si no es mucha indiscreción, ¿Podría hacerle una pregunta?

—Mientras no sea sobre lord Seymour, porque en ese caso te aconsejaría hablar con Lord Rogers.

—No, no... Para nada...es sobre el baile. ¿Por qué no quiere ir? ¿Es que acaso no quiere un esposo?— la miró con ilusión—. Usted es tan bonita y en esos bailes tan elegantes siempre van caballeros muy respetables. Seguro habrá más de uno que se fije en usted, con quien pueda coincidir.

Natasha se sentó en el borde de la cama. Lucía exhausta, concentrándose solo en el bordado del alfombrado.

Edith la escuchó suspirar una vez más y la vio encogerse de hombros como si no hallase más respuesta que un 'porque sí'.

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⏰ Last updated: Jan 23 ⏰

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