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—¡Tu hermana es una amenaza! ¡¿Lo sabías?!

Steve rodó los ojos por enésima vez, cansado de escuchar las quejas de Henry...Es decir, por supuesto que lo sabía, pero había que hacerse el desentendido, ¿No?

—Solo estaba jugando. Henry, por favor. Solo es una...niña.

—¡Incluso es mayor que tú! ¡¿Qué disparate estás diciendo?!

Pobre Lord Seymour, lo encontró tan indignado que creyó que sus ojos le saltarían de las cuencas. Lo cual, encontró, francamente, asqueroso. Steve ni siquiera comprendía como terminó pensando en globos oculares, sin embargo la voz de Henry se había apagado y en su lugar se oía un zumbido, aunque molesto, nada comprado con quejas y reclamos sobre Debrah.

No quería soltar una dosis de sinceridad, y es que ya estaba harto. ¡Dos malditos días escuchando gritos y cosas romperse! ¡Es que eran un par de niños, santo cielo!

Claro, él a veces carecía de la madurez que se requería, lo reconocía... ¿Pero admitirlo en voz alta? Antes preferiría besar los pies de la reina. Culpar a Debrah sonaba mil veces mejor.

Y es que, en realidad, no tenía cabeza para soportar a alguno de los dos. Tenía una invitación al baile y una fila de madres desesperadas encima, además de la suya. ¿Cómo diantres se toleraba eso? ¿Ginevra? No. Necesitaba algo más fuerte. Algo como esa asquerosa sopa que le daba su madre cuando pescaba un catarro. Al menos lo haría reaccionar.

—Habrás muchas mujeres en el baile, seguro alguna hará que te distraigas.

—¿Y bailar con un hombro dislocado?

—No ha sido lo peor, pudo haberte apuntado al rostro. Ha sido amable.

—Es completamente salvaje. Fuera de lo convencional.

—¿Cuándo te ha gustado lo convencional?

—Que a ti te gusten los retos y que yo los aprecie en verdad, no quiere decir que sea algo que quiera todo el tiempo. Tu hermana necesita comprometerse o retomar clases con su institutriz. Es insolente, salvaje, orgullosa, ¿Ya dije salvaje?

—Lo dices cada vez que se te presenta la oportunidad. Y ahora que lo mencionas, me aterra que pase tanto tiempo con Natasha, nada bueno resulta cuando sus mentes están sincronizadas. Menos si madre también está involucrada.

—Te compadezco.

—Gracias, amigo—palmeó el hombro de Henry sin percatarse de cuál era el bueno. Escuchó un agudo chillido al que decidió no darle importancia—. Con las expectativas de madre puestas sobre mí y el hecho de que padre quiera cederme el título, estoy algo...ansioso. Han sido dos días de pura agonía. Y lo más probable es que Margaret Carter sea una de las damas solteras que quieran ser cortejadas. Necesito un respiro.

Steve se paseó por el salón verde y tomó la revista de la mesita de centro. O debería decir, más bien, el curioso panfleto con nombre elegante.

Londres, Invierno de 1885. Revista de sociedad White's.

El baile de la temporada es el evento más cotizado del año. No hay caballero que no quiera sacar a relucir sus encantos con distinguidas señoritas. Más aún si dichos encantos son un sinfín de números en sus bóvedas. ¿No es así? ¿Lord Herman? Esperamos, encarecidamente, que este año pueda comprar una esposa. Y hablando de esposas, no es un secreto para nadie que todas las madres quieran cazar un prometido y así evitar que alguna de sus hijas cayera en el triste infortunio de la soltería. Son como aves rapaces a punto de plantar sus garras sobre alguna presa a la que sacrificar; por supuesto, en nuestra colorida y chispeante sociedad, sus rostros están adornados por las sonrisas más dulces, poseen unas manos bien cuidadas y sus oscuras intenciones están disfrazadas de amables invitaciones a tomar el té en sus elegantes casas señoriales.

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