¿A quién podría no gustarle esto?

Luego de unos momentos se separa, parece absorto en mi rostro, detalla cada facción hasta que decide volver a hablar.

— Iremos a recorrer la ciudad —informa sin cambiar el tono —, no hagamos esperar mucho más a Konstantin.

Asiento.

— Iré a cambiarme. 

Lo veo desaparecer en el armario para luego terminar de arreglar mi cabello, tomo un par de converse y me dirijo al sofá para ponerlos y de paso esperarlo mientras sale, porque conociéndolo va a tomarse su tiempo.

Me sumerjo en los videos de mi celular no sé por cuánto tiempo, pero al sentir pasos levanto la mirada, su figura se digna a aparecer luciendo un par de jeans de mezclilla, una camisa negra que le resalta el torso y mantiene los primeros botones abiertos.

Sus tatuajes resaltan al igual que los lentes de sol en la camisa, aún tiene los anillos puestos.

— Sé que soy divino —se jacta en tono burlón —, pero no hagamos enojar más al guía.

Pongo los ojos en blanco poniéndome de pie y pasando por su lado hacia la puerta.

— Si fueras mi sumisa, ese culo ya estaría rojo. —susurra.

No somos sumisas, pero cuando quieras.

Finjo que no escuché a la vez que ignoro mis pensamientos y la punzada de lo que ese tono bajo desató en mi interior.

No pierdo tiempo en salir del lugar y una vez encerrados en el elevador la tensión parece llevarse el clima, los más de quince pisos los que bajamos hasta que las puertas se abren aligerando el ambiente, puesto que nuestra vista directa es el ruso apoyado en la mesa de la recepcionista.

Suelto una pequeña risa cómica al ver cómo la pobre muchacha está más roja que un tomate bajo la divertida mirada del hombre.

Nos acercamos captando su atención.

— ¿Terminaste casanova? —inquiere Sean —. Nos puede alcanzar en el club si ella quiere.

Ahora es él quien le guiña el ojo, la pobre no sabe para donde mirar.

— Sé que no puedes vivir sin mí, cariño. —gira a Sean, también picándole un ojo —. Nada te cuesta decirlo.

Mi hermano resopla, Kon se despide de la recepcionista y pronto nos encaminamos hacia la salida. Sean se nos adelanta un par de metros.

— Andando, pequeña Davies —me dice burlón —, no queremos que se pierda entre tanta amargura.

Río con él antes de apretar el paso, cada uno termina a un lado de Sean, quien solo nos bufa, pretendiendo que no le gusta la idea de tener que soportar a su amigo durante las próximas horas.

Para cuando la noche se ha asentado llegamos a un club no muy lejos del hotel, sentados entre una de las tantas mesas redondas empinado trago y confabulando en burlas que enloquecen a mi hermano, quién luce amargado con el Whiskey en mano.

Una mueca extraña se mantiene en su rostro, alguna rareza que solo su amigo parece comprender.

— Huh, bruh ¿Por qué no vas por más tragos? —inquiere el ruso, haciendo una especie de seña con el rostro.

Sean parece comprender, aunque se levanta de mala gana golpeando la tapa de su vaso contra la mesa antes de dejarla.

— ¿Algo más para su alteza? Ya que me vieron cara de sirviente. —refunfuña alejándose cada vez más.

Placeres InmoralesWhere stories live. Discover now