Identificó la silueta con la mujer que había salido del trastero. Supuso que había empezado a buscar a quien se hubiese llevado a Elia.

En un primer momento el instinto lo llevó a apretarse contra el tronco de un abeto conteniendo la respiración, pero no tardó ni unas milésimas de segundo en darse cuenta de que las piernas de Elia serían visibles, sobresaliendo de la amplitud del tronco, así que se agachó a toda prisa para quedar oculto por los frondosos helechos que rodeaban el pie del árbol.

Notaba la rugosidad de la corteza a través de la chaqueta que llevaba, firme, segura. Se presionó aún más contra ella en un intento de mimetizarse con el paisaje. Desconocía que visión tenían los demonios.

Y si bien la mujer parecía no verlos, no miraba ni en su dirección, tampoco abandonaba la zona.

Con el corazón martilleándole a toda velocidad entre las costillas acabó decidiéndose por uno de los trucos más viejos.

Con movimientos perfectamente mesurados para no mover las hojas de la planta primitiva que los rodeaba dejó a Elia tendida sobre sus rodillas y sujeta por una de sus manos. Liberó la otra para reseguir el suelo hasta encontrar... una piña. Le serviría.

Esperó a que la mujer estuviera completamente girada en otra dirección y la lanzó con todas sus fuerzas hacia el lugar contrario al que quería ir. El ruido al chocar contra las plantas alertó a la mujer, que salió disparada hacia allí. E Isaac aprovechó para correr. Las probabilidades de que repara en ellos eran muy elevadas. Si los veía, la velocidad sería la única oportunidad de salvarse.

Con Elia en brazos salió de la seguridad del bosque y se internó en lo que si estuviera cuidado sería el jardín de la cabaña. Las malas hierbas que cubrían el suelo se tragaron sus pisadas apresuradas.

Recortó la distancia entre la linde del bosque y la casa tan rápido como le fue posible con su hermana entre sus brazos y prácticamente se lanzó hacia el espacio que quedaba entre la camioneta y la pared lateral de la casa para no ser vistos.

Con la respiración entrecortada por los nervios, dejó a Elia apoyada en la rueda delantera.

Oteó el bosque a través de la ventanilla de copiloto y conductor respectivamente. La mujer había visto movimiento y se dirigía hacia la cabaña. Examinó el entorno antes de desaparecer. Literalmente.

Isaac se dejó caer en el suelo y se permitió un par de respiraciones para recuperarse.

Unos segundos después volvió a levantarse, agachado, vigilando no sobresalir por encima del cristal de la ventanilla. Rezó para que la camioneta estuviera abierta, para que hubieran dejado las llaves dentro. Si bien sabía que sería mucha coincidencia y mucha suerte, cruzó los dedos, colocó los dedos en el tirados de la puerta y estiró. Estaba cerrada.

«Mierda».

Sabía que la mejor opción para huir era Idara, pero no había perdido nada comprobando la viabilidad de la camioneta. Aunque el resultado no hubiese sido positivo.

Una vez descartada, intentó divisar a la bruja desde su posición resguardada de todas las miradas.

Seguían en la parte delantera de la cabaña, batallando contra una nueva tanda de demonios. ¿De dónde debían salir? ¿Cuántos habría? ¿Seguirían apareciendo hasta acabar con ellos? Uno tras otro, tras otro, tras otro...

«Idara». Necesitaba centrarse en Idara.

Desde su posición le sería imposible comunicarse con ella, avisarla de que ya podían irse, estaba demasiado lejos como para ser oído, además de que revelaría su escondite. Tenía que acercarse a ella. Pero ¿cómo? ¿Se llevaba a Elia con él? ¿O la dejaba allí?

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now