Un olor fétido le dio el recibimiento.

Sin ver absolutamente nada, se arrodilló en el borde y se inclinó hacia el interior metiendo la mano para identificar cómo era el espacio. Desconocía si era un sótano, un simple agujero o un pozo; si había escaleras, si estas eran de mano o si había cualquier cosa que le impidiese el paso.

Sus dedos no tardaron en chocar contra una superficie de cemento excesivamente fría. El espacio tenía apenas medio metro de profundidad. Al tomar consciencia de lo pequeño que era quiso descubrir si era de las mismas dimensiones que la tapa. Topó con las paredes al instante. Calculó que debería hacer poco más de un metro por setenta u ochenta centímetros.

Era extremadamente pequeño para una persona, pero... blandió la mano por el interior en un último intento desesperado y de repente rozó piel. Caliente y suave pero sucia y costrosa. ¿Sería...?

Bajó ambas manos quedando inclinado hacia delante, y descubrió entonces unas piernas, un torso, una cabeza. Una chica, una chica muy delgada. Notó los huesos de sus costillas, cubiertos por un tozo de tela sucia. Un pelo largo mugriento un tanto ondulado.

Tenía que ser ella. Tenía que ser ella.

Con dificultad consiguió dar con sus axilas y tirar de ella hacia el exterior para sacarla. Quedó tendida en el suelo, totalmente inmóvil.

Estaba caliente. Estaba caliente. Tenía que estar... respiraba. Respiraba.

Un sollozo se escapó de entre sus labios y se dejó caer a su lado mientras le tocaba la mejilla, la nariz, los labios. Era ella. Era ella. Había encontrado a Elia. Viva. Estaba viva. Su hermana estaba viva.

Solo se permitió descomponerse durante unos segundos. Después se secó las lágrimas que le rodaban por la mejilla con la mano y se dispuso a sacarla de allí. No podía perder el tiempo, tenía que llevársela, alejarla de allí tan rápido como fuera posible. Estaban juntos, pero no estaban a salvo. Ella no estaba a salvo.

Se puso de pie y la cogió en brazos con tanta delicadeza como pudo conjurar. No pesaba nada, era completamente liviana, nada más que huesos cubiertos de piel. Apretó los dientes mientras se apresuraba hacia el exterior.

Al llegar a la puerta se detuvo unos instantes. Era preferible encerrarse en el almacén y esperar a que llegaran Alma e Idara que entablar un enfrentamiento donde la pusiera en peligro, pero a la vez, tampoco podía arriesgarse a quedarse allí sin saber si Alma e Idara conseguirían llegar hasta ellos.

Contempló con atención los alrededores, atento a cualquier movimiento o sonido, pero no captó nada más que gritos y gruñidos lejanos, imaginó que todavía en la parte delantera de la cabaña.

Y en cualquier momento podía aparecer la mujer. Encerrarse ya no parecía tan buena idea, se olvidaba de que podían transportarse dentro. Tenía que arriesgarse. Era la mejor opción de entre todas. La única.

Abandonó la falsa seguridad que trasmitía el almacén y se internó en el bosque dirección a la parte trasera de la cabaña donde había visto la camioneta al llegar.

Optó por el silencio que acompañaba la lentitud antes que por la velocidad. En el momento en que alguien reparara en ellos estarían jodidos. La opción de pasar desapercibidos parecía más factible que la de enfrentarse a uno, o más demonios, mientras trataba de no morir a la vez que intentaba que su hermana estuviese a salvo.

Emprendió la marcha.

Atento a cualquier indicio que alertara de la presencia de alguien, a cualquier ruido o movimiento, consiguió llegar hasta el límite del bosque con el patio de la cabaña antes de tener que parar.

Cuando la muerte desaparecióOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz