Capítulo 34

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A veces tardaba un rato en darme cuenta de que estaba soñando. Otras, no lo hacía hasta que no veía al Hombre de los Sueños delante de mí.

En aquella ocasión, me percaté al instante.

No fue muy difícil, ya que de repente me vi de pie en la proa de un barco con una superficie negra y brillante como el alquitrán. Me asomé por la borda para descubrir que navegaba por un mar completamente congelado, rompiendo el hielo a su paso con un estruendo, hielo que reflejaba un cielo oscuro cubierto de estrellas del color de las llamas.

Estaba en un barco en la vida real, recordé. En un barco de camino a Ethryant.

Estaba viva.

—¡Padre! —exclamé, esperando que mi voz se escuchara por encima del hielo resquebrajándose. Tenía que verle, tenía que saber que aún estaba allí. — ¡Padre! ¿Estás ahí? ¡Por favor!

No apareció. Me encaramé al mascarón del barco, manteniendo de alguna manera el equilibrio. Cuando miré abajo, ví que estaba decorado con la figura de una mujer con corona que sostenía una espada con la punta hacia abajo, como si se dispusiera a hundirla en las gélidas olas.

En el horizonte, se aproximaba una tormenta, podía ver la nieve arremolinarse sobre las nubes cenicientas y, más allá, la sombra de la costa. Me pareció ver torres despuntar de esa sombra, parecía que nos aproximáramos a un lóbrego palacio. La tormenta lo rodeaba, era el epicentro de esa tempestad blanca y amenazadora.

Ya no estaba en Cavintosh. No estaba en aquella isla que me asfixiaba y aprisionaba, estaba lejos de Eneas, de Fyodor, de toda esa gente que me trataba como a un animal. Aún no era libre, me tenían los Inferna y la Princesa, pero no tenía intención de quedarme a su merced mucho más tiempo

—¡Si estás ahí, contesta!

Me asomé  peligrosamente por encima del mascarón cuando ví algo deslizándose sobre el hielo, esquivando las grietas que el barco extendía sobre su superficie. Era humo, un humo plateado y familiar que ascendió por la proa hasta mí.

—Persephone.

Esa voz resonó sin tener ningún origen concreto, antes de que la niebla se arremolinara para formar la vaga imagen del rostro que yo conocía. Ya apenas tenía forma humana, sus facciones se desdibujaban con cada soplo de brisa. No me atreví a abrazarle como siempre hacía, con miedo de disiparle.

—Creí que habías desaparecido —sollocé de puro alivio.

—Lo siento mucho, pero me temo que estoy a punto.

Traté por todos los medios de resistir las ganas de llorar, pero la humedad que me recorrió el puente de la nariz me indicó lo contrario.

—No...

—Creo que he conseguido controlar el flujo de los recuerdos, cada vez me asaltan menos a menudo, pero aún no es suficiente. Ni siquiera puedo manifestarme del todo. No me queda mucho tiempo, querida. Creo... creo que me muero... otra vez.

Aquello me hizo imposible contener el llanto ni un segundo más.

—Lo solucionaré, te lo prometo —me las ingenié para balbucear. — Estoy en un barco, voy de camino a Ethryant, allí puedo encontrar una solución.

—No estás en un barco camino a Ethryant: ya estás allí.

Parpadeé, atónita. ¿Cuánto tiempo llevaba durmiendo?

—¿Cómo lo sabes?

—De alguna forma, puedo sentirlo. Estés donde estés, es obvio que no es Cavintosh. Este lugar está... vivo, lo siento vibrar a través de ti. Tiene que ser magia, debe haber mucha donde te encuentras.

El reflejo de la Reina: ExilioTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon