Capítulo 30

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Abrió sólo un ojo al oír un desagradable chirrido, sin duda una de las pesadas puertas de bisagras oxidadas abriéndose. Se irguió todo lo que pudo, no sin esfuerzo tras la buena cantidad de golpes que había recibido de parte de los soldados. Se los podría haber curado, pero no le había parecido buena idea con la mirada de sus vigilantes sin apartarse ni un segundo de él.

Quién había entrado por la puerta era un hombre joven, alto y robusto con un uniforme verde con los galones de capitán. Tenía el cabello entre castaño y dorado, pero lo que le habría hecho reconocerle incluso aunque no supiera quién era, eran ese par de ojos negro obsidiana, una herencia obtenida de un hombre para el que no sentía más que desprecio. Se parecía a su padre, sobre todo en aquel par de molestos ojos. ¿Cómo había podido Persephone pasarlo por alto tanto tiempo?

A pesar de estar encadenado de pies y manos a la silla en la que estaba, se repantigó sobre ella, actuando con una calma con la que esperaba desconcertarle.

—Hola, Rodion. —saludó no sin sorna, esbozando su sonrisa más arrogante.

—Everans —replicó, manteniendo una expresión seria, estoica.

—Vaya, ya veo que la Insurrección deja ser capitán a cualquiera. ¿Si tú eres capitán, qué edad tienen los sargentos, catorce años?

Las fosas nasales del joven se hincharon, pero eso fue lo único que denotó su enfado.

Aquello iba a ser divertido.

—Le aconsejo cambiar de actitud mientras esté con nosotros, señor Everans.

—Llámame Lokih, por favor, a no ser que mi nombre hiera tu sensibilidad.

—No veo por qué debería.

—Claro, casi se me olvida que no eres más que un pobre ignorante. ¿Y tú te haces llamar un verdadero ethryn?

—Dudo mucho que un servidor de la Reina asesina pueda considerarse más ethryn que ningún insurrecto.

—¿Por qué? ¿Es que hay más honor en rebelarse contra los legítimos gobernantes que en serles fieles?

—En eso te equivocas: tú no eres fiel al legítimo gobernante de Ethryant, porque ese es Eneas Kraeman y es contra él contra quien te estás rebelando.

—¿Ahora yo soy el rebelde? Yo estaba sin dar problemas en mi reino, encargándome de matar a esas alimañas a las que enviáis contra la Reina, sin molestaros en absoluto. En cualquier caso, sois vosotros los que sois una molestia para el nuevo Ethryant. Marchándoos a este vertedero con la cabeza baja y la boca cerrada podríais haber vivido en paz, pero, no... Tu padre quería su guerra.

Aún imperturbable, Rodion hizo un gesto a los soldados que le vigilaban para que desprendieran las cadenas de la silla y le arrastraran tras él a través de los calabozos. No opuso ninguna resistencia, ni siquiera cuando le llevaron a la clase de estancia estancia que ya había pisado demasiadas veces: una sala de interrogatorios. Chasqueó la lengua cuando unieron sus cadenas a un gancho que pendía del techo, de manera que tenía que mantener los brazos estirados. Si no fuera tan alto, tendría que estar de puntillas. Uno de ellos tomó una bolsita y vertió su contenido sobre su rostro: polvo metálico. Tosió cuando se introdujo en su boca y en su nariz, dificultándole la respiración y minando su energía ya de por sí mermada. Así era como habían conseguido capturarle en su propio escondite, como los insurrectos que le atacaron habían evitado ser consumidos por sus llamas. De algún modo, habían descubierto el modo de hacerle vulnerable, de despojarle de todo su poder, y, si quería salir de allí con vida, iba a tener que lidiar con ello.

Echó un rápido vistazo a aquel lugar. Allí tenían los típicos instrumentos de tortura, con la mayoría de los cuáles estaba familiarizado. Silbó al ver un látigo colgando de la pared y una caldera con brasas ardientes.

El reflejo de la Reina: ExilioWhere stories live. Discover now