Capítulo 1

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En Cavintosh casi siempre brillaba el sol.

Quizá debería haber sabido que las inmensas nubes grises como la ceniza que cubrían el cielo de la isla eran un mal presagio. Sin embargo, lo único que pensé al respecto fue que, si acababan descargando lluvia sobre el Barrio Occidental, no sería nada bueno para la cojera de Clariess.

Mi suspiro de hastío se perdió en el pasillo vacío. Por mucho que mirara el cristal de la ventana, mis propios ojos oscuros se negaban a devolverme la mirada. Esbocé una mueca ante un reflejo que no estaba ahí. Así eran todas las ventanas de la casa donde vivía: completamente transparentes.

En las zonas más humildes del Barrio Occidental, algunas ventanas estaban hechas de cristal ordinario, y en ellas sí que podía atisbar una sombra de mí misma. Lo único que tenía para hacer eso en mi habitación era un cuenco con agua, que a menudo estaba demasiado turbia y removida como para ser fiable. Ese era el rudimentario modo que teníamos los habitantes de la isla para conocer nuestro aspecto. Yo nunca había visto un espejo, y tampoco podía imaginarme cómo sería contemplar mi cara con tanta claridad como decían las historias, pero viviendo en la casa del general Aursong, no pensaba que fuera a comprobarlo nunca.

Esa era la ley de la Insurrección: nada de espejos.

A los niños les decían que los espejos eran los mil ojos cristalinos de la Reina malvada que gobernaba el reino al otro lado del mar, que podía usar para espiarnos y descubrir dónde estaba nuestro hogar. Los adultos descubrían una versión mucho más real y oscura de esta historia.

Más allá de las olas que rodeaban Cavintosh, estaba el antiguo y glorioso reino de Ethryant. La Insurrección que estaba asentada en la isla llevaba muchos años luchando contra aquella que había usurpado el trono de dicho reino: aquella que se hacía llamar la Reina Furya. La hechicera más pérfida y poderosa que jamás había pisado el mundo, y que se había apoderado de Ethryant. Había quien decía que, siendo una niña, había hecho un pacto con alguna fuerza oscura, o que durante su juventud encontró un espejo ancestral en unas ruinas. Nadie lo sabía con seguridad, pero la cuestión era que ese espejo concedió a la bruja un poder retorcido y terrible que acabó volviéndola prácticamente invencible. Portaba muerte y dolor usando su propio reflejo en el cristal, y acabó siendo lo suficientemente ambiciosa como para desear la corona. Gracias a esa magia antigua, comenzó una guerra que terminó con Furya sentada en el trono con Ethryant a sus pies, sumido en las sombras y teñido de sangre.

Podía contar esa historia incluso en sueños, porque la había escuchado cientos de veces a lo largo de mi vida. Era la que no dejaba de repetir el general de la Insurrección, la que contaban los juglares de la plaza, la que los adultos narraban a sus hijos. Esa historia era el corazón, los cimientos y el alma de Cavintosh,  una isla a la que sus habitantes habían acudido siguiendo a los primeros insurrectos, que les ofrecieron un lugar hasta el momento desconocido lejos del alcance de Furya, desprovisto de cualquier espejo que ella pudiera usar para extender el mal sobre ellos.
De modo que, gracias a los primeros miembros de la Insurrección que fundaron la ciudad, yo no tenía manera de saber si había logrado arreglar el desastre que era mi pelo aquella mañana.

Tras una última mirada de reproche a las nubes cargadas de lluvia, reanudé mi camino a través de los pasillos de la enorme casa. No había muchas luces encendidas, y la única que dejaban entrar las ventanas era grisácea como el cielo, otorgándole un aire siniestro al que ya estaba acostumbrada, pero que aún así me provocó un escalofrío. Normalmente ese era un lugar lujoso que los habitantes del Barrio Occidental consideraban mayestático y bello por ser el hogar de un héroe. Me parecía injusto ser la única persona de toda la isla que lo odiaba.

No tardé en llegar al ala donde se encontraban los aposentos de la familia. Pasé sin hacer ruido, técnica que había perfeccionado con los años, a pesar de la tela áspera con la que estaba hecho mi vestido marrón y el incómodo corsé que llevaba debajo. Cuando llegué a la última de las puertas, toqué con los nudillos tres veces antes de entrar en la habitación a oscuras, cerrando la puerta detrás de mí.

El reflejo de la Reina: Exilioحيث تعيش القصص. اكتشف الآن