O2. mikage's forge.

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A GOD IN THE MIDST OF HUMANS
dos: fragua mikage.

  Los humanos son extraños

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  Los humanos son extraños.

  Las aldeas son extrañas.

  Todo es tan extraño.

  Marella acompañaba a la marioneta, la cual parecía sumergido en sus pensamientos. No había intención alguna de iniciar una conversación. Tampoco significaba que hubiese incomodidad. Al contrario, el silencio estaba más que tranquilo. Apacible. Agradable. Las palabras sobraban, el silencio era eterno.

  A la lejanía pudo divisar el inicio de la edificación. Una fragua donde, según recordaba, se dedicaban a la forja de espadas, lanzas, todo tipo de armas relacionadas con la defensa personal. Sabía que aquel muchacho estaría en buenas manos si estaba allí. Los hombres de la fragua de seguro aceptarían con gusto a un nuevo muchacho para que sea de utilidad en las labores de la forja.

  Bien, ya sabría qué hacer. Dejaría al jovencito y luego se iría para seguir vagando por las orillas de Kannazuka. No se sentía tan a gusto en estar rodeada de mortales. Prefería observarlo a la lejanía, sin interferir en el ciclo de la vida de estos. Son frágiles. Un simple susto provocaría un infarto y, con eso, una muerte rápida. Tampoco soportaban los climas tan violentos de las naciones sin tener que sufrir un resfriado o algo peor. Su tiempo de vida era diminuto, poquísimo tiempo.

  La humanidad es delicada, por eso prefería alejarse de estos y mirarlos, una simple espectadora del mundo mortal.

  —Marie, ¿crees que dejarán quedarme?

  —Supongo que sí. A esos hombres nunca les disgustan tener gente nueva. Te darán comida y ropa diaria, así que estarás bien.

  —¿Y tú? ¿También te quedarás?

  —Mmm... lo dudo mucho. No son de aceptar a mujeres en las fraguas.

  —¿Pero por qué?

  —Las cosas de mortales son tan complicadas, así que no lo sé.

  La ideología de los roles de los géneros en una sociedad como la de Kannazuka eran raras a su parecer. Mayormente veía a las damas encargarse de labores domésticas, como cuidar de los humanos miniatura, cocinar, vigilar los cultivos, lavar y tender las ropas en tendederos al aire libre y chismosear con las vecinas. Los hombres pasaban el día entero en la forja o haciendo trabajo pesado. Después, a partir del atardecer, estos regresaban a sus hogares, siendo recibidos por sus criaturas y esposas. Cenaban en familia, contentos, y luego dormían. En esos momentos de la madrugada es donde se dignaba a pasear por las orillas, para así evitar contacto mortal.

  Le parecía equilibrado y justo el tipo de vida que los hombres y las mujeres tenían en la fragua. Después de todo, las mujeres no podían hacer mucho esfuerzo físico debido a la gran fuerza que tendrían que usar. Claro, habían excepciones, pero dudaba que una mujer dedicada únicamente a las labores domésticas podría soportar el estrago físico que conllevaba un día entero en las forjas. Además, los hombres llegaban felices a sus hogares luego de generar dinero, atendían a sus mujeres e hijos, y vivían como familias felices. Un equilibrio y armonía que le parecía justo.

MORAL OF THE STORY // scaramouche. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora