Sabía que la posibilidad era alta, pero si algo caracterizaba toda esa zona era su gran extensión y su baja densidad de población. Había miles de cabañas apartadas, miles de almacenes abandonados, casas alejadas de todo rastro de humanidad, miles de kilómetros y kilómetros de bosque.

No tenían por dónde empezar.

En uno de los libros había leído que los seres infernales alteraban el campo electromagnético del lugar donde estuvieran. Por lo que un lector destinado a medir estas frecuencias podía ser un elemento usado para detectarlos.

En una de las ocasiones en que Alma había aparecido se lo había propuesto, la parca había descartado la idea rápidamente. Cuando tenían tanto territorio por delante, ir de un lado para otro esperando recibir alguna señal era una pérdida de tiempo. Las posibilidades de captar algo eran ínfimas. Tendrían que haber centenares de ellos para que pudiesen ser detectados sin estar el lector a pocos metros.

Alma había optado por tirar de contactos para descubrir si alguien sabía o había escuchado algo sobre Elia, contactos que no dudarían en usar a Isaac en propio beneficio si llegaban a descubrir quién era. Había sido el principal motivo por el cual no lo había dejado acompañarla.

En sus idas y venidas había descubierto que diversas brujas, así como un ocultista y un grupo de cazadores se habían visto atraídos a los alrededores estrechando el círculo en su busca.

Así que Isaac se encontraba sentado en el suelo, incapaz de ayudar. Incapaz de hacer nada. Incapaz de buscar a su hermana. Porque todos lo buscaban a él y si lo encontraban Elia podía darse por perdida.

Leer y rememorar los hechos en busca de cualquier pista o indicio era lo único que podía hacer para ayudarla.

Y así volvió a hacerlo. El primer contacto con Alma, el incidente, los encuentros con Asia, el ataque del demonio, el almacén... escena tras escena, recuerdo tras recuerdo eran rememorados en su mente. Una y otra vez.

«Cascades Hwy número quinientos cuarenta y dos. Tienes dos días para entregarte antes de que empecemos a disfrutar a fondo de ella». Ese momento salía a la superficie continuamente. Su sonrisa taimada. Su rostro putrefacto. Sus ojos negros. Y con él, cada vez el miedo crecía. Y el odio.

Habían tomado a Elia durante el caos para que Isaac se les entregara voluntariamente. Habían sido incapaces de llegar a él debido a la vigilancia y protección de Alma. Pero nadie había estado protegiendo a su hermana. No había tenido una parca como sombra.

La posibilidad de que se la hubiera llevado el chico del instituto era muy baja. Por lo que había descubierto en uno de los tomos de Idara, los únicos demonios que podían pasar por humanos eran las brumas negras que poseían cuerpos. Al hacerlo eran capaces de teletransportarse, pero, a diferencia de las brujas, solo a ellos mismos: no podían materializar a un segundo ser. Así pues, tenían que habérsela llevado de forma 'tradicional', había habido al menos un segundo demonio que la había capturado y transportado, ya fuera cargándola o con algún vehículo.

Entre el caos que se había generado debía haber sido fácil.

Ningún otro alumno había desaparecido, por tanto, habían tomado el cuerpo de otra persona. ¿De quién? Lo desconocía. No había encontrado noticia alguna que alertase de alguna desaparición por la zona. De nuevo, otra puerta cerrada.

El instituto tampoco contaba con cámaras de seguridad...

—Sé dónde está.

Idara se había materializado en la habitación. Había sustituido el vestido por unos pantalones de tiro muy alto que le sobraban por todos lados, también de época. En la parte superior contaban con diversos botones dorados que no cumplían su función: había tenido que rodearse con un cinturón para que no le cayeran de la cintura. No eran suyos.

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now