𝐂𝐮𝐚𝐭𝐫𝐨

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SEPTIEMBRE DE 1983, TIERRAS ALTAS DE ESCOCÍA, HOGWARTS.

Fue durante el anochecer que Horace Slughron los convocó a su despacho de nuevo.

El profesor y Adeline aguardaron pacientemente durante al menos diez minutos hasta que Riddle hizo su entrada. La oscilante elegancia de su presencia sirvió como un preludio, brindando a Addie la oportunidad de mentalizarse para lo que se avecinaba.

Se sentía como si estuviesen cerrando las cadenas en sus muñecas para llevarla al inframundo a pie.

Una peligrosa tensión se gestó entre ellos; sin embargo, Adeline optó por ignorarla, deslizando sus dedos por la manga del abrigo y revisando minuciosamente en busca de alguna pelusa inexistente en su ropa.

Él pasó de ella, y miró directamente a Slughron—Llegué tarde porque Snape me interceptó de camino, lo lamento, profesor.

—¡No es ningún problema! Todos aquí sabemos como es el carácter de Snape—arrugó la nariz—Pero ahora necesito mostrarles dónde será su laboratorio—caminó entre ellos—por favor, síganme, síganme y no se queden atrás.

Riddle la escudriñó y se movió junto a ella con una fuerza palpable, como si anhelara empujarla. No obstante, calculó su proximidad con precisión, evitando cualquier contacto físico.

Su brusca e inevitable proximidad fue demasiado para Adeline.

Era como si estuviera envuelto en una capa de rabia y algo más indefinible.

En silencio, siguieron a Slughorn, atravesando pasillos y corredores. En los cristales, la luna estaba a punto de despertar, mientras las estrellas danzaban en la oscuridad. Adeline continuaba su marcha junto a Riddle.

Contó los pasos en silencio, centrándose en el ruido que golpeaba las paredes. Ignorando las ganas de vomitar que sentía al estar cerca de él.

—Finalmente, aquí está: su laboratorio. Solo suyo.

Horace dio unos pasos hacia atrás, dejándolos a ambos frente a frente con un trozo de escaleras que llevaban a una puerta de madera pesada, decorada con un marco de mármol y pilares de piedra. Una entrada preciosa como para pertenecer al infierno.

Adeline se preguntó si aún estaba a tiempo para decirle a todos que iban a explotarla laboralmente con un insoportable de compañero y hacerla trabajar por el honor de Hogwarts.

Ambos admiraron la situación en silencio.

—Por favor, adelante—los rodeó y sacó su varita de su funda—no sean tímidos.

La puerta chilló y se abrió, hubieron luces iluminando la oscuridad y luego se cerró con un golpe bruto. El salón era grande y de techos altos. Habían calderos de cobre, de oro, pero la mayoría eran de latón, dos pares de guantes de piel de dragón, morteros, cuchillos, tablas, escalas de latón, probetas...demasiadas cosas.

—Profesor...—comenzó Adeline —No creo que estén esperando que hagamos las pociones que incluso son demasiado difíciles para usted o Snape, ¿verdad? Podríamos...morir.

Hay una risa pesada que nace desde algún lugar de la habitación—A nadie le importaría si mueres—se burla—Nada es demasiado difícil para mi—se adelantó Tom—Puedes concentrarte en...amortentia. Cosas fáciles que no dañaran tus lindos dedos.

—Ustedes dos son capaces de todo lo que dice el libro—les responde Slughron—Cuentan con mi apoyo, por supuesto, el de Dumbledore y de Snape. No hay nada que no puedan hacer. El ministerio permite la intervención hasta cierto punto de los maestros en esto.

Paris, Texas - Tom Riddle Where stories live. Discover now