𝐓𝐫𝐞𝐢𝐧𝐭𝐚 𝐲 𝐨𝐜𝐡𝐨

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SEPTIEMBRE DE 1986, EN ALGÚN LUGAR DEL REINO UNIDO.

Era tarde. Para cuando sus pestañas se batieron y sus ojos enfocaron los contornos borrosos y tenues que había estado mirando durante la última media hora; encontró a Tom hablando en voz baja con un médico en la puerta de la habitación.

—...pero la verdad...es probable que sea un cuadro de estrés y alergias, además el otoño siempre trae consigo un manto de congestiones. Ella estará bien. Puede que solo sea una especie de resfriado muggle, pero si empeora podríamos empezar con estudios...

Adeline sintió que tenía algo alojado en el pecho. Una gran masa de cristales afilados que raspaba cuando respiraba.

Los últimos días habían sido un montón de alergias y tos. Una continua tos dolorosa que la seguía a todas partes hasta que la derribó en los pasillos del ministerio y ella cayó al suelo, fue un gran escándalo.

Cerró los ojos de nuevo, una especie de meditación (según una vez ella me dijo). Lo hizo cada vez que le teníamos que enterrar agujas en los brazos, pero eran cosas del futuro, nada importante.

Tom se giró lentamente hacia ella cuando el médico se fue. Tenía la camisa desabrochada y lucia tenso, preocupado por su esposa.

Aparentemente.

—Deberás descansar—le murmuró sobre los nudillos luego de haberse sentado junto a ella —no puedes empeorar.

—Solo es gripe.

La cama le abrazaba el cuerpo con mantas con aroma a lavanda y rosas, su cabello olía a manzanilla y su corazón latía con fuerza, estaba enamorada. Demasiado enamorada.

—Mañana es viernes. Que sea tu último día de trabajo y descansa una semana al menos—fue una orden, Adeline lo supo bien, pero él sabía suavizar la dureza de aquella frase con un tono de preocupación y benevolencia—no quiero que mueras aún.

Adeline sonrió, enferma—¿Aún?

Sus ojos se iluminaron—Claro, aún debes envejecer y echar raíces como un árbol, ese es tu deseo, ¿No?

—Me conoces bien.

—Sería un mal esposo si no lo hiciese.

La personalidad de Tom Riddle estando aparentemente enamorado era todo lo contrario a lo que debería. Empezando por el hecho de estar casado. No debía ser así, él mismo lo sabía, pero no se estaba traicionando a si mismo, todo estaba clínicamente estructurado y eso, al menos, no era una falla personal.

Las caricias, los besos sobre el pelo, sobre la frente, las caderas, la pelvis, sus nudillos, sus rodillas, el amor y la sangre, eran específicamente "su cosa". Lo que había aprendido de los libros.

Y mientras la mira, se siente de orgulloso de lo que ha creado.

Sus pecas se funden bajo el rubor de sus mejillas y sus ojos destellan como la constelación que lleva el nombre de su amigo—¿Qué pasa?

—No sabes lo mucho que te amo—le dijo.

Estaba construyendo bloque por bloque. Acepto la mano de Adeline cuando ella se la extendió y se acostó a su lado, en su maravillosa cama que estaba dentro de su enorme habitación que formaba a parte de su majestuosa finca.

Se escondió bajo su brazo—¿Es necesario que mañana vayas al trabajo?

—Completamente—respondió—nos darán el nuevo "asunto".

—Te he condenado—habló, mirándola vacilantemente con sus ojos azules que la manejan increíblemente.

—No, no lo creo—ella envuelve un mechón del cabello entre sus dedos y lo alisa con cariño, de la misma forma que hace unos días acarició las uñas de un recién nacido que se le dio para que ella lo besara en las manos, dándole una especie de bendición (las personas la amaban de una manera que tardaría mucho tiempo en darse cuenta)—estoy bien.

Paris, Texas - Tom Riddle Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ