Capítulo 16

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—¿Salimos? —vocalizó el chico sin emitir palabra.

Naia asintió con la cabeza y salió disparada hacia la puerta por donde habían entrado. Una vez Áleix la hubo traspasado la cerró a toda velocidad sin olvidar que no podían hacer ruido.

Se alejaron de la puerta por precaución. O por miedo.

—¿¡Qué cojones...?! —exclamó Naia en apenas un susurro.

—Puede que no tenga nada que ver con esto...

—Aunque no lo tuviese. ¿¡Vamos a obviar que estaban hablando de la muerte de miles de personas?! —Estaba histérica.

—¿Una hipérbole? —Había falsa esperanza en su tono. Naia le dedicó una mirada asesina ante la mención de una figura retórica. —Sea o no sea una exageración, lo ha dicho una parca. Es su trabajo ¿no? Acompañar a los muertos, ¿debe haber perdido la cuenta?

—Áleix... —lo advirtió.

—¿¡Qué?! La gente exagera cuando discute.

» ¿No te preocupa más el tema del equilibrio?

—O lo que sea que esté haciendo Alma. —Añadió sombría. ¿Qué podría ser tan terrible para que se comparase con la muerte de tantísimas personas? ¿Podía haber destinos tan terribles? ¿Las Moiras aceptaban tejer destinos tancatastróficos? ¿Cómo podían consentirlo?

—Sea como sea creo que...

Áleix no pudo terminar la frase. Alma y la bruja salieron de la salita.

Al momento, Isaac se dirigió hacia ellas, y entonces Naia recordó porqué estaban allí. Habían secuestrado a Elia.

«Mierda, mierda, mierda...» ¿qué clase de amiga era si se había olvidado de ella solo para fastidiar a Alma enterándose de sus secretos? ¿Qué clase de amiga era si...?

—¡No! —Se encontró gritando Naia—. ¡No puedes entregarte! ¡Ni se te ocurra! ¡Ni pienses que...!

Isaac la observó con la misma seguridad y convicción con la que había expresado su voluntad: «Tienen a Elia, pero me quieren a mí. Me voy a entregar».

Alma interrumpió las amenazas de Naia dirigiéndose también hacia el médium.

—No. Eso no sucederá.

A diferencia de Naia, Áleix y Asia, sus facciones no se habían teñido de preocupación y miedo, y aun así, la impasibilidad y el control que había mantenido desde que se había presentado en esa clase de francés, se habían visto rotos momentáneamente. La impasibilidad y superioridad volvió a adornar su rostro al momento.

—Tienen a Elia. Me dieron cuarenta y ocho horas para entregarme antes de... No puedo hacer nada más. Tengo que hacerlo. Es mi hermana pequeña.

Alma soltó un suspiro sarcástico, pero contuvo las réplicas que luchaban por salir de sus labios. Era perfectamente consciente de que las palabras que dijera serían decisivas.

—Los demonios no son de fiar, son demonios, al fin y al cabo. Nunca mantienen sus promesas. Puede que te entregues y no la dejen a ella.

» Puede que ya esté muerta —añadió poco después con pesar verdadero. Aunque no sentía aprecio alguno por los humanos había vidas que terminaban demasiado pronto. Tampoco disfrutaba viéndolo sufrir. Y era muy consciente de que si negaba el vínculo que unía a Isaac con Elia lo perdería, dejaría de confiar en ella (aunque fuese mínimamente), y no podía permitírselo. La vida del médium estaba en juego.

—No. —La voz de Isaac fue firme, más un intento de autoconvencerse que una realidad. Las palabras de Alma habían sido como un puñetazo en el pecho, como una opresión repentina y formidable en sus pulmones. No. No podía ser. Elia no podía estar muerta. No era posible.

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now