Capítulo 13: Gran Momento

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¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que sonrió?

La gente extrañaba su sonrisa, la forma en que caminaba con seguridad despreocupada, los comentarios de aliento que daba... anhelaban su parte humana.

Sus manos estaban manchadas de sangre otra vez y la Criatura no se arrepentía.

El cuerpo tenía un andar bastante errático y vacío.

Quienes lo miraban pasar pensaban que debían llamar a las autoridades, pero poco después de replantearse la idea, no tecleaban ningún número.

Un hombre, confiado en que podría ayudar a la "chica", la llamó e intentó acercársele: —Llamaré a tus padres, solo dame un...

La bala había atravesado la cabeza del sujeto.

Nadie lo pudo haber previsto porque la niña no daba señales de cargar con un arma.

Anet se encimó en el cadáver para saquearlo, necesitaba dinero y cualquier cosa que pudiera servirle para sobrevivir.

Cuando la policía llegó, la pequeña se había camuflado entre la multitud.

—Necesitamos una ambulancia —avisó uno de los civiles.

—Ha fallecido a las 19:39 p.m. —agregó uno de los policías—. Llegamos tarde... ¿Alguien sabe qué pasó?

Silencio.

Nadie se atrevía a delatar a la muchacha.

Un joven adulto, que estuvo en el momento de los hechos, se armó de valor y exclamó enfadado: —¡Fue la niña!

La gente sabía a quién se refería y la obligaron a dar un paso al frente.

Ann soltó el arma, preguntándole a los espectadores acerca de lo que había pasado.

El comisario tomó la pistola, ordenando que la niña fuera a la comisaría.

¡Ya mátenla! ¡Lo volverá a hacer y ustedes lo saben!

Esa persona falleció porque la niña tomó el arma de uno de los policías para acabar con la vida de su oponente.

«Lo merecía», se burló el Monstruo, «quería herirte».

—No, por favor... —chilló la niña a una voz que solo ella podía percibir.



Los recuerdos no funcionaban para su mejoría.

El aire contaminaba sus pensamientos.

No había algo que pudiera hacerla estar estable durante el viaje.

Tan siquiera pensar en el desgarrador sonido de su voz la hacía contraer el estómago.

Y, entonces apareció la campana, un din don que la atemorizó.

Por alguna razón, el miedo fue compartido hasta con el Monstruo.

—Me tuviste preocupado, querida Anet —dictó Amari, silbando para que su gente apareciera—. Átenla como se merece.

—A la orden, jefe —respondió alguien entre dientes.

Una soga para el cuello, una segunda para los brazos y una última para las piernas.

Para humillarla aún más, colocaron un pedazo de carne en su boca, simulando ser una mordaza.

—¡Andando! —Amari estaba ensimismado, gozaba lo que pronto haría con Anet para que comprendiera quién mandaba en Trésse—. ¡Tápenle los ojos al toro!

Coleccionista de TormentosWhere stories live. Discover now