Había amor en los detalles: en las baldosas ilustradas de la cocina, las cortinas, los cuadros botánicos de las paredes y las vidrieras de las puertas. En los cojines de los sofás y los amuletos que colgaban en el alféizar de la ventana.

A pesar de los cuidados detalles, una densa capa polvo parecía cubrir la mayoría de los rincones más escondidos; y un olor a viejo, humo y plantas secas invadía el lugar. No dejaban de ser agradables, tranquilizadores, cálidos.

A través de unas ventanas cuadriculadas observó un prado de hierbas altas salpicado de flores silvestres y rodeado por el más profundo bosque. No había casas a la vista, tampoco coches o rastro alguno de modernidad. No había enchufes, cables, luces o aparatos electrónicos de cualquier tipo. Ni televisor, ni tostadora, ni horno. Nada. Pero tampoco plástico, aluminio o cualquier tipo de prefabricado. Se habían visto trasladados a otra época.

Supo al instante que se trataba de la casa de la mujer que los había sacado de la comisaria. Supo al instante que se trataba de una bruja.

—¿Acabamos de teletransportarnos? —Naia ya conocía la respuesta, simplemente esperaba una confirmación que le corroborase que no se estaba volviendo loca, que no estaba soñando. Que lo que acababa de ocurrir era real.

—Acabamos de teletransportarnos —afirmó Áleix con la mirada saltándole de un lado al otro de la estancia.

La chica se adelantó y tomó uno de los libros de la repisa de la chimenea para hojearlo. Su ceño se fue frunciendo al contemplar unas letras extrañas que no era capaz de relacionar con ningún idioma o territorio del globo, que estaba segura de no haber visto nunca.

La curiosidad la llevó a comprobar un segundo libro y unos pergaminos gastados enrollados con un cordón mientras Isaac se dirigía hasta una de las puertas de la estancia. ¿Dónde estaban? ¿Habría alguien? ¿Estaban seguros?

Estaba abriéndola, revelando un largo pasillo, cuando detrás suyo algo golpeó el suelo con fuerza.

Alma se había materializado en la habitación y a su lado se encontraba Asia.

El alivio tiñó las facciones de Asia. Isaac estaba bien, parecía más o menos entero tras lo ocurrido en el instituto. Seguía viéndolo flotar en medio de aula, el suplico en su mirada, el dolor, el miedo. Seguía viéndolo colgar de los brazos de los agentes, completamente ajeno al mundo que lo rodeaba. Alma no le había mentido, no la había engañado.

Aun así, se apartó de la parca tan pronto sus pies 'tocaron' el suelo.

La culpa invadió a Isaac. No había pensado en ella. Había estado tan centrado en Elia que se había olvidado de su promesa, de determinación a ayudarla. Ni siquiera era capaz de recordar cuando se habían separado. Y, aun así, no podía permitirse pensar en ello en ese momento. Tampoco en dónde se encontraban, en las baldosas de la cocina o las vistas de las ventanas. Solo importaban las respuestas, los próximos pasos a seguir. Cómo recuperarían a su hermana.

Con pasos firmes y decididos se acercó a la parca.

—Tienen a Elia, voy a...

—¿¡Cómo?! —Todo rastro de alivio por ver a Alma entera desapareció del rostro de Naia. ¿Tenían a Elia? ¿Qué...?

» ¿Qué demonios ha pasado? —exigió—. ¿Qué ha sucedido en esa clase? El chico... ¿Qué le ha pasado? ¿Qué te ha pasado? Y después en comisaría... ¿qué ha sucedido? ¿Quién es la mujer? ¿Dónde estabas...?

—¿Nos calmamos un poco, niña? Si arrojas preguntas tan rápido no me da tiempo a responderlas. —Le regaló una sonrisa cansada, pero con algo de diversión e ironía en ella—. Escoge una —ordenó con regodeo.

Cuando la muerte desaparecióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora