Anoche

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Ese día llegó más tarde de lo normal. Caminaba rozando los troncos de los árboles con la yema de los dedos conforme avanzaba, totalmente embelesado con el nuevo carácter de aquel lugar que siempre recorre a plena luz. Es curioso lo que cambia un sitio según el momento en el que lo visites, el bosque aparentaba estar durmiendo, mas los seres noctámbulos comenzaban su jornada.

Como he mencionado, ese día llegó más pronto de lo habitual, así que estaba dormida. Le escuché desde mi roble, uno de los más antiguos y robustos de Helicón, cuando aún se encontraba a unos metros.

Me incorporé y nuestros ojos se encontraron, los dos nos miramos con sorpresa.

- ¡Oh! Perdona, no esperaba a nadie por aquí, estaba paseando, siento si te he despertado.

Sonrío y hago un gesto negando con la mano, indicando que no pasaba nada.

- ¿Cómo te llamas?

Señalé mi boca y negué con mi dedo índice, indicando mi incapacidad de hablar, era más fácil que explicar que solo podía decir la última palabra.

- Vale, comprendo - dijo pensativo.

Nos quedamos unos segundos en silencio, aproveché para apreciar sus facciones. Nunca le había visto tan de cerca como ahora, su rostro infundía confianza, su piel era lisa y me sonreía con los ojos de una manera muy dulce.

- Bueno, sé que igual no es apropiado, pero ¿te gustaría acompañarme en este paseo? El monte donde habitas es precioso.

Asentí y me levanté para ponerme a su lado, no deseaba seguir siendo una espectadora si tenía la oportunidad de caminar junto a él.

*****

A medida que nos adentrábamos en los senderos del monte tomé la iniciativa eligiendo el camino hacia el arroyo, conozco los parajes más bellos de mi hogar y cabía sacar provecho de ello. Se notaba que Perséfone estaba de vuelta en el inframundo, ya que nuestros pasos se hundían en hojas secas que cubrían parte del sendero, el crujir de estas se entremezcla con el sonido de los pequeños animales y aves nocturnas.

Estamos acostumbrados a que los silencios se perciban como incómodos y eso hace que no sepamos apreciar aquellos momentos de serenidad donde tanto los pensamientos como las palabras deben reposar. Creed, que sé de lo que hablo, he sido maestra de la palabra y esclava del silencio.

Los robles y las hayas cubrían el cielo creando una atmósfera húmeda conforme nos acercábamos al arroyo, el murmullo del agua se adueñaba del ambiente. De vez en cuando al girarme me sorprendía una de sus miradas furtivas, nos sonreímos.

Llegamos a un claro por donde pasa el arroyo, con el cielo iluminado por todas las constelaciones que gracias a las musas sé identificar. Me habría encantado contarle la historia de todas y cada una de ellas, pero no fue posible.

Cuando llegamos al arroyo nos sentamos en la orilla, la hierba estaba fresca por la humedad de la noche otoñal. Nos hallábamos uno al lado del otro, él a mi izquierda, al principio no atrevíamos a observarnos.

- Es un lugar precioso - aduló.

Me miró y me confié a contemplarle a la luz de la luna. Su cara reflejaba templanza y era tan guapo que te robaba el aliento. Su pelo era frondoso y ondulado, un bucle rizado le caía por la frente a modo deflequillo, pero sin taparle los ojos, que eran redondos y almendrados. Durante unos largos segundos esos ojos me hechizaron.

- Bueno... Sé que igual es una tontería preguntar pero la verdad es que siento mucha curiosidad sobre ti. Imagino por donde te he encontrado dormida y tu apariencia que eres una de las ninfas que habita en Helicón, pero me gustaría saber tu historia, ¿por qué no puedes hablar? ¿Has nacido así? – preguntó.

Negué con la cabeza.

- Entonces... Supongo que ocurrió algo.

Asentí e intenté explicarme con gestos. Señalé al cielo y mi mano hizo el ademán de recoger algo de mi boca para luego tirarlo hacia abajo, a la nada. Sentí como se me ensombrecía el semblante.

- Si fue sobrevenido tiene mucho sentido que sea un castigo divino. - Asentí. - Parece que abundan en los últimos tiempos.

Comencé a reírme, no recordaba ni la última vez que lo hice. A él se le contagió la risa.

- Hombre, por lo menos te puedes reír, algo que no han podido quitarte – dice en tono burlón. Seguimos riéndonos un rato.

El agua esta fría pero ninguno de los dos titubea al mojar los pies en ella. La luna se refleja en el arroyo, también él, a quien no atrevo a mirar directamente después de esta breve charla, así que solo le observo en el agua. Él me devuelve la mirada en el reflejo.

Nuestras manos, que reposaban sobre la hierba, se acercaron y los meñiques se rozaron ligeramente. Nos giramos a la vez, en silencio. Mientras las manos se entrelazaban sentía su rostro más cerca. Su mirada se posó en mis labios y no pude evitar fijarme en los suyos, suaves y rosados. Su mano libre me acarició el cuello y subió hasta enredar sus dedos en mi pelo, mientras nuestros labios se encontraron con suavidad. Cerré los ojos, al principio los besos eran cortos y delicados, como saboreando ese momento. Mas mis manos también comenzaron a recorrer sus hombros, su cuello, su pelo. Él correspondió ese juego.

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