18. Sanando heridas (2)

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Michael

Deslicé la lengua por su labio inferior antes de hundirla en su boca y buscar más, un poco más. Mientras la besaba, olvidé donde estaba, olvidé todo lo que podía pasar. Porque solo podía pensar en ella, en lo bien que olía, en lo bien que sabía, en su cuerpo pegado al mío, en que necesitaba mucho más, en que no quería soltarla nunca. Gruñí contra sus labios. Cerré los ojos. Jenna me buscó de nuevo. Lento. Suave. Y yo me dejé encontrar, besándola con fuerza. «Vértigo» era aquel beso. «Vértigo» era mirarla y saber que existía un «nosotros».
No sé cuánto tiempo estuvimos allí, tan perdidos en aquel momento, no sé cuánto tiempo estuve soñando con su aroma en mi boca, con probar la dulzura de su lengua. Toda ella era una sola pieza fina de armonías y de perfección. Toda ella era una nube, un algodón de azúcar. Era la estrella misma. Una estrella con sabor a mango, mi fruta favorita...

«sí» me había dicho «sí»

Lo había gemido mientras yo la tomaba en mi boca de nuevo, me lo había susurrado un centenar de veces antes de que volviera a buscarme. Antes de que yo hubiera sido suyo. Antes de que yo me hubiera entregado una y otra vez como un loco por esos labios. Y los minutos pasaron, pasaron las horas, y los besos eran nuestro único alimento, nuestra única vitamina.
Y quería llorar. Quería llorar al darme cuenta lo mucho que necesitaba amarla. Lo mucho que necesitaba que esto pasara, para mi, para mi vida. Quería llorar y sollozar y patalear como un cachorro por lo mucho que la necesité. Me volví un poeta ahí, me volví un pintor que pintaba su más fina obra sobre sus labios. Me volví un ebanista puliendo su figura más importante. Me volví un esclavo y no había vuelta atrás con el juramento en sangre que había hecho. Desde ese momento me di cuenta que nada en el mundo podría reemplazar su sabor. Que nada en el mundo podría quitarme la sensación de sus besos sobre mi piel desnuda, sobre mis labios, sobre mi esencia, mi ser. Mi cabello no olía a mi, mi cabello era todo suyo cuando sus dedos empezaron a jugar con él y se confundió con el suyo cuando se enredó. Mis ojos le habían pertenecido en el primer momento que la miraron, y mi boca... mi boca se había vuelto su sirvienta en el instante inmediato en el cual sus labios la rozaron, o incluso desde antes, cuando dormido buscaba desesperado su piel ausente en la noche.

Era suyo. No era mío, no. Era suyo en cuerpo y mente, y lo sabía mientras gemía su nombre, mientras sus labios me volvían a buscar entre lágrimas. Esta vez no me molesté en limpiarlas, porque sabía que eran lágrimas de deseo, de felicidad, de las promesas que se hicieron mirando al cielo. Eran lágrimas de agua dulce, de esa con la que te lavas después de un día de playa ácido y picoso. Eran lagrimas sanativas, que me curaban mientras salpicaban mi pecho horrible y llegaban a la masa que latía dentro de mi.

estoy loco por ti. Loco, Jenna. Loco.

Y lo estaba, me había vuelto un maniático por tocar su cintura, por pasar mis manos suaves sobre sus moretones y eliminar cualquier rastro de otra presencia maligna. Hacerlos míos. Hacerla mía... pero al mismo tiempo tan suya. Tan nuestra. Tan nosotros. Carcajadas salieron de su garganta lastimada mientras mis labios desesperados marcaban caminos incaminables sobre su cuello y ella se estremecía de placer en mis brazos.

Y es que la había esperado tanto... y no hablo de cuando la conocí. Hablo de antes de eso. Cuando soñaba como un tonto, un idiota,  cuando me regañaba por parecer un niño pidiéndole un deseo a una estrella.

La esperé tanto...

te quiero, te quiero, te quiero.—exhaló contra mi respiración agitada y yo me detuve hambriento de nuevo por su sabor. Besándola con tanta necesidad que nuestros dientes chocaban, que nuestras manos se encontraban desesperados. Que terminó encima de mi, acariciando cada parte de mi abdomen, de mi rostro, de mi pecho. De mi. Todo. Hasta mi alma

Sanando Heridas/Michael Jackson.Where stories live. Discover now