[Capítulo 5]

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Llámenme mentiroso o experto en el drama, pero realmente no supuso un gran esfuerzo para mí fingir que estaba muriéndome cuando regresó el líder del pueblo.

Era un hombre viejo y algo bajito. Llevaba un bastón de madera en la mano derecha y unos ojos grises quisquillosos y recelosos que enmarcaban una expresión serena. Medía menos que yo y, cuando se acercó mientras estaba en el sofá, arrugó la frente y me escudriñó con la mirada.

—¿Qué te duele? —preguntó.

Pensé en todo lo que había sentido antes de perder la consciencia y, como aún no se había ido el mareo, decidí que tal vez no tendría que mentir del todo. Fruncí las cejas y mis labios esbozaron una mueca.

—La cabeza, el pecho... estoy mareado y me siento raro —contesté en un hilo de voz, y procedí a toser contra mi puño. El anciano se acercó a mí y le hizo una seña a alguien detrás.

—No te preocupes —dijo—, traje a un médico para que te inyecte una medicina efectiva.

Oh... ¿qué?

Me sobresalté y parpadeé varias veces.

—¿Ah? ¿Inyectarme? —De pronto, mi rostro de verdad se volvió pálido y enfermizo—, no creo que sea necesario... Con un poco de descanso estaré bien.

—¡No le tengas miedo a la medicina, hijo! —exclamó alguien a espaldas del anciano. Esta vez era un hombre con una barba de candado y que llevaba ropa gris y oscura. Tenía una gran y horrible jeringa entre sus manos. La aguja era larga y delgada... Definitivamente no se veía del todo esterilizada. Eso me hizo preguntarme en qué "época" se ambientaba este mundo—, es un simple suero para ayudar a que te sientas mejor.

He aquí un pequeño secreto acerca de mí: tengo fobia a las agujas.

Una vez, en secundaria, recuerdo que una profesora nos puso a inyectar esponjas como práctica de Vida Saludable. El punto es que, incluso cuando yo no era el inyectado, me puse tan nervioso con sostener la jeringa que me tuvieron que sacar de la clase para que no cayera inconsciente. Otra ocasión, a los nueve años, me dieron una vacuna contra sabrá el cielo qué cosa; lo que sucedió es que la ansiedad de esperar lo peor me hizo hiperventilar y llamaron a primeros auxilios al creer que me estaba afixiando.

En serio era un caos andante en cuanto a agujas se refería.

Miré a Caleb. Él observaba la situación con visible diversión brillando en sus pupilas. ¿Acaso mi sufrimiento le parecía divertido?

Maldita sea.

Me hundí en el sofá y me levanté de un salto. Al demonio la actuación y quedarnos en la casa del líder del pueblo.

—¡Un milagro! —dije—, parece que ya estoy bien...

—No, no lo estás —soltó de la nada Caleb, pasando de la diversión a una mirada que claramente decía "no lo arruines, idiota".

Afortunadamente, yo era un experto en ignorar a gente que se ganaba mi odio. Me hice de oídos sordos y sonreí de oreja a oreja.

—Tal parece que solo fue algo del momento —insistí, viendo cómo el médico miraba al anciano con gesto inquisitivo y vacilante.

—Solo está asustado —me contradijo Caleb, tomándome del brazo y obligándome a sentarme de vuelta sobre el sofá. Seguía un poco débil por el desmayo, por lo que no fui capaz de soltarme de su agarre—. Le aterran las agujas... no le haga caso. Todavía necesita ayuda para recuperarse. La inyección vendría bastante bien... y algo de comer no haría daño.

¿Me estaba sacrificando con tal de poder picar algo de comida?

Lo miré, entre alertado y molesto. El miedo corrió por mis venas y tragué saliva trabajosamente. Caleb me las iba a pagar.

Good As It Gets © [EN PROCESO]Where stories live. Discover now