CAPÍTULO 4

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(Jomanne)

En la mañana siguiente el mundo pareció detenerse.
El pueblo recidía en un constante silencio depresivo.
Muchas familias se habían separado y sus despedidas, probablemente, apostaban a un adiós eterno.

Me preocupaba no poder manejar la situación. Comprometerse con el cuidado de la vida de muchas personas era un peso y una responsabilidad muy grande para mí. Aún no entiendo como es que Delayn nunca protestó por tener ese cargo. A lo mejor, él había nacido para ser Líder; no como yo.

Desconozco el día en el que nuestros guerreros y amigos regresarían al pueblo. A partir de ahora, debía asumir toda la responsabilidad de lo que suceda en Boucro.
Para mi buena suerte, tenía a alguien de confianza; alguien que me apoyaba y estaba dispuesto a ayudarme: Ewald...

El canto de un colibrí fue la señal para dejar de sobrepensar y decidir levantarme de la cama de una vez por todas.

Refregué mis ojos hinchados a causa del insomnio, pues durante la noche me había quedado despierta pensando en Delayn y la guerra que pronto comenzaría. El mero hecho de imaginarme que no volvería a ver a mi hermano, o tan solo pensar en la probabilidad de perder, también, a mis amigos me mantenía bastante intranquila.

Bajé las escaleras del primer piso y me dirigí a la cocina para desayunar. En el trayecto, me percaté de que la nota que le había escrito a Delayn hace días atrás aún seguía debajo de aquel florero vacío.

«Es inútil» sonó en mi consciencia.

Delayn no había regresado a casa y aquella estúpida nota seguía esperando sobre la mesa para que fuera leída. Tras ello, agarré el papel y, con mi mano, lo hice un bollo. Ya estando en la cocina, lo tiré en un tacho de basura sin siquiera pensarlo y justo cuando estaba por comer, Ewald entró sorpresivamente a mi casa mientras gritaba mi nombre.

—¡Jomanne! ¡Jomanne! —su voz retumbaba contra las paredes.

Salí corriendo de la cocina y me paré en el medio del comedor, donde me reencontré con él.

—¡¿Qué sucede?! —pregunté exaltada debido a la preocupación. Ewald se detuvó de golpe y colocó las manos sobre los múslos de sus piernas para descansar.

—Tienes que venir —advirtió agitado. Yo me quedé helada. Sabía que algo malo estaba pasando, puesto que de lo contrario Ewald no habría entrado de forma desesperada a mi casa—. ¡Ven! —tironeó de mi brazo y luego me sacó afuera.

A lo lejos se alcanzaba a escuchar un barullo de voces que hablaban a la misma vez.

Ewald corría delante de mí sin soltarme el brazo. A medida que nos ibamos acercando, logré ver al montón de la gente reunida en un círculo. Me detuve frente a ellos. La ecolalia de protestas me hicieron pensar de más.

—¡Tenemos que matarlos! —gritó alguien.

—¡Sí, seguramente nos estuvieron espiando todo este tiempo! —gritó otro.

«¿De quién estarán hablando?»

«¿Quiénes nos están espiando?»

«¿Y por qué mi gente pide sangre?»

Enseguida me introduje al círculo e intenté llegar al centro del mismo, justamente donde todos estaban poniendo su completa atención; y ahí los ví...

Un chico y una chica permanecían en posición de defensa. El chico sostenía una navaja y la chica un palo afilado. Además, ambos cargaban una mochila.
Podría atreverme a pensar en que son hermanos, pues los dos tenían sus ojos chinos y el mismo parecer físico.

Ocultos en el Bosque Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz