CAPÍTULO 1

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Anhelaba con recostarme sobre la colina. Estar rodeada de pastos largos y suaves mientras el sol calentaba mi cuerpo. Desafortunadamente, esa parte de la naturaleza es lo que nos separa de nuestros viejos enemigos, por lo que, tal hecho de deseo se convertía en una insólita posibilidad. A pesar de ello, en ciertas ocasiones, podía imaginarme en medio de ese paisaje.

—Inhala y exhala —mencionó una voz femenina al posicionar su mano sobre mi espalda, y yo le obedecí.

Al inhalar, mi pecho subía y mis pulmones se cargaban de aquel aire que necesitaba para vivir. Al exhalar, mi pecho bajaba y liberaba todo aquello que me hacía mal.

—¿Qué sientes? —consultó.

—Paz —respondí con los ojos cerrados.

—La naturaleza es sabia, Jomanne. Se supone que las cosas andarán bien si se hace lo correcto.

Aquellas palabras inspiradoras me incitaron a descubrir a la mujer que estaba detrás de esa voz tan relajante, la cual me transmitía seguridad.
Abrí mis ojos lentamente y, en fin, revelé su identidad:

—Mamá... —susurré en un tono sollozante.

—Hija... estarás bien —expuso en tanto cubría mis manos con las suyas, como si quisiera protegerme ante todo.

—Vuelve conmigo, mamá —en mi rostro se reflejaba aquel sentimiento de nostalgia debido a mi apego emocional. De alguna forma u otra, quería suplicarle a mi madre para que no se vaya.

—Estoy contigo, Jomanne; siempre estaré contigo —seguidamente situó su mano temblorosa sobre mi mejilla y, con un movimiento de su dedo pulgar  secó las lágrimas que recientemente se habían escapado de mis ojos.

De repente un destello de luz cegó mi vista por completo. Creí que había sido producto de los rayos del sol pero me equivoqué.

Desperté.

Ahora me encontraba observando al machimbre que revestía el techo.
Inmediatamente, percibí el calor que se encerraba en mi habitación. La única ventana que ventilaba aquel espacio estaba cerrada.
Por si fuera poco, los rayos del sol se reflejaban justo sobre mi cama donde las sábanas me abrigaban en demasía, pues mi cuerpo estaba empapado de sudor.

—¡Bua! —expresé con repugnancia. Mi cuerpo parecían un chicle. La transpiración se había aferrado a mi piel, causando un pegote asqueroso.

Me senté sobre la cama y enseguida comencé a sentir los síntomas de la fatiga. Mi cabeza no dejaba de dar vueltas, los ojos se me cerraban por cuenta propia y las imágenes que percibía eran poco claras.

Necesitaba tomar agua y respirar aire fresco ya que estaba totalmente deshidratada. Así, opté por levantarme de la cama y, con dificultad, caminé hacia la puerta. El piso estaba bastante fresco, lo suficiente como para provocarme escalofríos.

Continué bajando las escaleras. Me sostuve fuertemente de la barandilla para no caerme hasta llegar a la planta baja. Circulé por el comedor. Este era extenso, como para que tres personas lo ocuparan. Una ventana grande iluminaba cálidamente el lugar. La mesa cuadrada hacía juego con sus cuatro sillas de algarrobo. Además, sobre ella, se encontraba un florero de cerámica, el cual estaba vacío.

Amaba decorar la casa con flores pero últimamente no he tenido tiempo para eso.

Finalmente, llegué a la cocina. Agarré un vaso de vidrio que estaba sobre la mesada y me serví agua del sifón.
El líquido comenzó a esparcirse por mi cuello en cuanto comencé a beberlo. Estaba tan desesperada por tomar agua que ni siquiera me importó el hecho de mojarme.

Ocultos en el Bosque Where stories live. Discover now