Ha Sido Un Error

6K 393 31
                                    

- Sara, cariño, ve al desván y trae dos bolsas de harina.- La voz de aquella mujer suena tranquila y animada mientras sigue removiendo el caramelo caliente con paciencia.- Pero asegúrate de que es refinada. La de la etiqueta roja. 

La pequeña niña la mira con una reluciente sonrisa y asiente un par de veces, a pesar de que sabe que tiene que cruzar todo el patio interior de la casa para llegar a él.

Aquella mujer es toda lo que ha conocido y la sigue a todos lados, casi como si fuese su madre. Es una pareja extraña, formada cuando Sara llegó como un bebé recién nacido a la mansión después de ser abandonada por su verdadera familia solo por su rango de Omega.

Adoptada por la servidumbre de la mansión del Alpha y acogida bajo la falda de la pastelera que había perdido a su mate Antonio hace dos años. Que llegaran la una a la vida de la otra fue una hermosa coincidencia.

Desde entonces, Sara ha pasado cuatro años en la cocina, ayudando a lo que puede y aprendiendo del resto de trabajadores. Una infancia bonita y tranquila.

- Zi. Ya voy.- Sesea la pequeña loba antes de ponerse en marcha.

El patio de la mansión siempre está ocupado por hombres entrenando o lobos transformados. A veces le gustaba verlos a escondidas, como hacía ahora retrasando la llegada al desván.

- Más fuerte.- Ordena un hombre de elegante porte, sujetando una espada reluciente con la que apunta a dos pequeños niños que tienen replicas en madera.- No bajéis la mirada. Nunca la apartéis del enemigo.

La pequeña Sara los observa con la inocencia de una cachorra.

Los jóvenes comienzan a pelear con movimientos algo torpes, comparados con los demás hombres que ahí entrenan, como es normal, pues apenas tienen cerca de seis años. 

Uno de ellos tiene el cabello muy oscuro, bien peinado y con la ropa típica de alguien del mejor rango. El otro es castaño, despeinado, y carga divertido contra su amigo como si el entrenamiento solo fuese un juego de niños.

- ¡Otra vez!- Insiste de nuevo el instructor.

El pelinegro se remanga las mangas de la camisa blanca y el castaño aprovecha para mirar a su alrededor sintiendo que lo observan.

Esa fue la primera vez. La primera vez que aquellos ojos grises parecieron leer los azules de la rubia Omega.

Fue a penas unos segundos, pues ella apartó la mirada avergonzada y parece de repente recordar su misión, cruzando a pasos cortos pero rápidos la plaza para llegar a la despensa de alimentos.

-  Harina resfinada.- Murmura para si misma sin saber pronunciar aún la palabra.- ¡Ahí arriba!

Pero por mucho que sus bracitos se estiran apenas llega al segundo estante. La pequeña niña se rinde después de un buen rato y suspira mirando aquella etiqueta roja con desafío y determinación.

Sara arrastra aquel banco de madera con aspecto poco estable, se sube a él e intenta estirarse de nuevo para alcanzarlo. Con la mala suerte de que tropieza, agarrándose de uno de los sacos y cayendo del banquito al suelo de un culetazo.

El llanto no tarda en llegar.

Sara observa sus manos rasguñadas y todo su vestido lleno de harina. La misma que parece nieve sobre su pelo y que está tirada por todo el suelo haciendo de todo un desastre. Sus lágrimas dejan regueros limpios sobre sus manchadas mejillas y su visión nublada no le deja ver con claridad.

No le deja ver al niño de seis años que camina con prisa hasta ella, alertado por el estruendo de la caída, dejando la espada de madera en el suelo y agachándose a su altura.

El Regalo Del BetaWhere stories live. Discover now