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Molly

El grito ahogado que suelto hace casi que hiperventile buscando oxígeno. Mis neuronas no hacen más que repetirme lo mismo una y otra vez y nuevamente veo mis miedos cobrar vida.

Siento que me asfixio con cada respiro acumulado. Siento que una parte de mi no está.

La adrenalina comienza a correrme por la sangre y corro hacia el auto. Mi celular empieza a sonar y al ver el nombre en la pantalla solo me hace tirarlo a los asientos de atrás.

Malcom corre alcanzándome pero piso el acelerador yendo hasta lo que mis instintos señalan. No oigo, no pienso, no veo nada más que la imagen de mi pequeño muerto entre mis brazos.

Aprieto el volante y acelero a más de los kilometrajes requeridos. Desvío entre el gentío que cruza y me llevo varios semáforos en pleno centro de Manhattan.

Estaciono el auto sintiendo los policías pisándome los talones. Huyo del auto y subo directamente hasta el piso donde se está hospedando. Mi corazón papita desbocado en mi pecho y mi pulso es demasiado agitado, siento que esto me sobrepasa.

Las puertas se abren y me abro camino hasta la puerta trescientos cuaterna del noveno piso.

Toco la puerta con impaciencia mientras miro a todos lados como si me persiguiesen. Sigo tocando y nada, hasta que escucho las pisadas de alguien por las escaleras de servicio, desde aquí hacen eco.

Con cada que se va acercando más nerviosa me voy poniendo. Busco con la vista donde meterme pero no encuentro, solo es un largo pasillo lleno de puertas por todos lados.

¡Maldición!

Tomo una de las escobas que están en un carro lleno de utensilios de servicio y la sostengo con fuerza, tratando de defenderme con eso de lo que venga.

Hasta que lo veo, veo al padre de mi hijo seguido de Malcom. Aún el pavor y los nervios me controlan por lo que suelto un suspiro sin dejar de mover las manos.

Bajo la escoba y ellos llegan hasta donde yo, agitados por subir nueve pisos corriendo.

—¿Por qué mierda no me respondes las llamadas?

Aunque solo me regaña, escuchar su voz para mí es seguridad. Sin demora me fundo en su pecho aspirando su aroma y dejándome vencer completamente por el miedo. El terror a perder lo que tanto me costó. Esa semilla de amor que nos une.

—Tranquila nena, él está bien ya verás —intenta calmarme aunque creo que está más que tranquilizándome, convenciéndose él mismo de eso.

Lo aprieto con tanta fuerza que las lágrimas empañan mis ojos y el dolor en el alma no se deshace.

Malcom comienza a caerle a patadas a la puerta que antes tocaba hasta que al quinto intento lo hace. La puerta cede rota dejándonos el acceso libre.

Entramos y yo no suelto la mano de mi esposo, como si con cada paso que dice me acercara a un barranco hasta caer.

Un nudo se me hace en el estómago al ver todo ordenado como si estuviese alguien aquí.

El escolta de Tohbías revisa todo el área en minutos y con su arma lista y nada, llega hasta nosotros negando.

Pero mis ojos ven un papel sobre la cama de la habitación. Voy con piernas temblorosas hasta ella y cojo el papel en mis manos.

AtándonosWhere stories live. Discover now