En donde le era casi imposible tener una discusión con alguien más ya que solo tenía dos formas de reaccionar o negando que aquella situación estuviese pasando o al contrario solo aceptarla como si fuese su culpa e irse del lugar para evitar cualquier enfrentamiento porque era lo mejor que sabía hacer.

Para su percepción de vida, huir era la mejor solución que podía plantar frente a sus problemas y así pasó durante gran parte de su vida con aquella idea como única bandera en sus relaciones.

Hasta que a su vida llegó Amelia quien cambió todo esto para siempre.

Porque la morena no solo le ofreció por primera vez en veintidós años la oportunidad de que todo lo que dijese era igual de importante y válido que lo que ella pudiese expresar sino que también le ofreció la oportunidad de que por primera vez en su vida había alguien para escucharla o darle cariño si se sentía mal o si así lo requería, recordándole una y otra vez que no era tan necesario huir cuando tenía todo para sentirse protegida a través de los brazos de la castaña.

La enfermera no lo sabía o quizás no lograba entenderlo del todo, pero sin querer le había ofrecido el arma más letal para una persona que estaba acostumbrada a la herida, la oportunidad de ver que estaba dañada y que podía recuperarse si así lo deseaba.

La castaña le había ofrecido esa seguridad de que con ella nunca iba a tener un castigo por no estar de acuerdo, debido a que a diferencia de lo que la militar conocía, vivir junto a Amelia le había enseñado que las peleas o discusiones eran completamente normales porque eran parte de la convivencia entre personas que eran sumamente diferentes.

Por lo que con el pasar de los meses, la rubia de a poco se permitió ir soltando esa muralla que le había permitido estar con vida hasta ese momento.

En donde empezó a decir en voz alta las cosas que le molestaban sin la necesidad imperante de pensar en cómo iba a terminar todo o qué castigo recibiría por atreverse a dar ese paso lleno de insolencia que era dejar en claro que no estaba de acuerdo.

Como también comenzó a dar pasos de cero al verbalizar su dolor y sobre todas las cosas aprendió a que no importaba cuán enojada podía estar Amelia, ella siempre iba a estar ahí para escucharla.

No obstante, a veces es difícil expandir tus alas cuando todo lo que conoces es el miedo a volar ya que has vivido toda tu vida dentro de una jaula que aunque no es la mejor ni la más segura es lo que tú has denominado con la palabra hogar.

Para Luisita, la mujer de rizos había sido esa persona que se había preocupado tanto por ella que había sido capaz de abrirle la puerta a esa jaula donde la habían metido por tantos años después de cortarle las alas y repetirle hasta el cansancio que el mundo allá fuera era igual de cruel que su casa, con la única intención de que al fin fuese libre y se diese la oportunidad de darse cuenta de que todo lo que le habían dicho era mentira porque el mundo sí que podía ser un lugar cruel, pero también tenía cosas buenas como también existían personas gentiles y amorosas que eran capaces de dar todo por ti.

Sin embargo, la rubia no supo qué hacer con tanta libertad porque al estar acostumbrada a ocupar espacios tan pequeños había aprendido a ser imperceptible y reducir su andar hasta tal punto que sus alas pesaban si las desplegaba y aquello no era cómodo en lo más mínimo así que era mejor quedarse dentro donde podía seguir admirando el mismo paisaje del que tanto hablaba Amelia sin necesidad de cambiar lo que ella conocía.

Es por esto que cuando sus formas de ver la vida comenzaron a chocar, Luisita no fue capaz de hacer nada más que lo que tan bien conocía, en donde no entendía el por qué la morena necesitaba de esa atención constante y esa validación insufrible cuando era más que lógico que estaba con ella porque la amaba más que a nadie.

Punto y aparteWhere stories live. Discover now