Punto y aparte

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Luisa Gómez no era de las personas que sentían miedo con facilidad.

No lo había sentido en su primera misión cuando fue enviada sin misericordia alguna a una guerra que estaba en su peor punto en donde a punta de golpes y balas sin dirección tuvo que armarse de valor y aprender a salir con vida de aquel matadero que se llevó en una sola noche no solo una gran parte del brillo dibujado en sus irises antes de aquella batalla al mostrarle sin censura alguna lo peor del ser humano, sino que además se llevó consigo a dos de sus compañeros más cercanos hasta ese momento.

Tampoco lo había sentido cuando la mitad de su batallón se encontraba mal herido en medio del desierto sin provisiones y a casi diez kilómetros de su base militar,.

Sin embargo, ver a Amelia Ledesma esperando por ella en el estacionamiento del aeropuerto con su vieja camioneta a sus espaldas, la hizo tiritar de tal forma que sintió que con cada paso que daba estaba más cerca de desplomarse en medio de la nieve que cubría toda la ciudad.

No estaba segura de la razón de aquello, pero cada vez que veía a la castaña, todos sus sentidos se apagaban y era como si no pudiese controlar ninguno de sus pasos ni mucho menos sus miradas porque desde que la conocía hace más de ocho años, era cosa de tan solo llegar al cielo forrado de estrellas que eran sus ojos dorados para que estuviese a los pies de aquella Afrodita que ante tanta belleza acumulada no le tomaba peso al efecto colateral que producía en los simples mundanos.

«Joder es que sigue siendo tan guapa como siempre», se dijo a sí misma antes de comenzar a avanzar nerviosa hacia donde se encontraba la chica de rizos volátiles y mirada profunda mientras todo su cuerpo se sentía tan pesado como si de un segundo a otro estuviese caminando en medio de una llamarada solar donde con cada paso que daba, la tierra se fundía en sus pies.

Y es que a la rubia solo le bastó una mirada para sentirse atacada por el atuendo simple y contradictoriamente devastador que llevaba puesto la mujer de la camioneta ya que esa chaqueta jean sumada con ese par de pantalones negros ajustados que dejaba a la luz las piernas contorneadas que la morena tenía, la hicieron delirar con un vuelo directo a esa tierra del ayer donde en algún momento de su vida había tenido la fortuna de que en todas sus mañanas se proclamara dueña de cada punto cardinal de la enfermera, pero que en el ahora con suerte podía dirigirle un par de palabras escogidas con pinzas para ser parte de ese guión quebradizo y opaco en el que se habían convertido sus conversaciones eternas.

Luisita suspiró ante aquel recuerdo fragmentado que era su vida antes de que la desolación las atacara, en donde Amelia y ella habían pasado de dibujar lunas y constelaciones en la espalda desnuda de la otra, a crear límites fronterizos donde la mayor le tenía estrictamente prohibido acercarse al camino minado que rodeaba sus costas.

Orden que la rubia como buena militar que era, había aceptado sin rechistar porque en su interior era más que consciente que aquel distanciamiento era su culpa y aunque había tratado con todas sus fuerzas arreglar aquel enfrentamiento, no había encontrado la forma de cambiar las líneas de aquella historia mal contada que había sido su matrimonio.

La mujer de ojos oscuros se tomó un par de segundos para analizar el campo de batalla al cual voluntariamente se estaba metiendo al seguir caminando hacia la camioneta, por lo que con paso inseguro buscó en silencio francotiradores dispuestos a destruir su corazón como sucedía en cada encuentro que tenían cada seis meses desde que la mayor le había pedido el divorcio.

Pero para su sorpresa al llegar al terreno desolado entre las pupilas almendradas de la castaña no se encontró con el enemigo sino que más bien notó cómo hoy Amelia lucía diferente al recuerdo taciturno que tenía de la última vez que se habían visto.

Punto y aparteWhere stories live. Discover now