Cuando nadie ve

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Para todos quienes las conocían antes del cataclismo que había convulsionado sus vidas, Luisa y Amelia eran el claro ejemplo de que el amor existía.

No había una razón específica para el nacimiento de aquel mundo en donde solo existían las dos, ya que no podían ser más contradictorias entre sí como la luna y el sol.

Pero tal cual los astros solían hacer, un día de verano sucedió un eclipse en sus vidas que lo cambió todo e hizo que ya no pudieran narrar sus vidas sin la otra como protagonista.

Aquel eclipse había ocurrido a través de un cúmulo de coincidencias celestiales que trajeron consigo una marejada de acontecimientos que cambiaron sus vidas para siempre.

Primero se tuvo que dar la primera coincidencia milenaria que fue estar en el mismo lugar en donde ambas escogieron aquel sábado de julio salir de fiesta a un bar completamente desconocido sin nada más en sus bolsillos que la esperanza de pasarlo bien.

La segunda llegó cuando a pesar de que ambas se encontraban a mesas de distancia, decidieron llenar sus venas emocionales del alcohol suficiente para que este sirviese como radar para atraer a la tercera y más importante condición climática que detonó aquel encuentro el cual fue la mirada que atravesó las fronteras de ambas donde un par de ojos invernales decidieron por primera vez en su vida echarse a tomar sol en las playas alegres de una enfermera que no buscaba enamorarse aquella noche.

Y es que tal vez si Amelia no se hubiera untado de valentía para acercarse a aquella rubia de vestido negro, toda su vida sería diferente.

Como también lo hubiera sido la de Luisita si no hubiese aceptado que aquella chica con ese vestido rojo corto se veía espectacular y que no había nada de malo con aceptar su número porque a pesar de las advertencias en letras grandes que traía en su piel la morena donde todo en ella gritaba ser buena persona al contrario de lo que la de ojos oscuros podía ofrecerle, finalmente la rubia aceptó el desafío de que a veces no había nada de malo con salir de las sombras y buscar la luz en medio de las tinieblas.

Por lo que si aquellos detalles no hubiesen colisionado entre sí al mismo tiempo, otra sería la historia escrita en sus destinos.

No obstante, no se podía solo culpar a la mera casualidad por el nacimiento de aquella unión.

No. Claro que no, las relaciones humanas no son tan simples como para que un puñado de eventos construyese algo tan grande como lo era el amor entre ambas.

También se necesitó de algo más que fue lo que prendió la primera chispa con tintes de rebelión en aquel encuentro, lo cual fue que ambas habían picado en la curiosidad de la otra a niveles estratosféricos.

Donde a pesar de tener todo en su contra terminaron construyendo una especie de afinidad revolucionaria sin precedente alguno porque a pesar de que Luisita era una especie de lluvia de medianoche donde no podías ver nada más que bruma y neblina mientras que la castaña era todo lo contrario porque su sonrisa estaba pintada con los colores del amanecer, el destino había decidido que ambas compartían más puntos en común que los que las separaban.

Ambas amaban la música y el arte como si hubiesen sido calcadas en el mismo lienzo, así que no se les hizo difícil alargar conversaciones inesperadas que comenzaban con un hola y terminaban traduciéndose en madrugadas improvisadas y noches que de a poco comenzaron a ganar intensidad hasta que hubo un punto de no retorno donde deseaban estar junto a la otra en cada momento.

La primera en darse cuenta de aquel detalle fue la mayor quien con el paso de las semanas y el fin del verano, notó cómo esperaba nerviosa a que la rubia se conectara en el chat para abordarla con los pensamientos filosóficos que le llegaban en el momento o con fotos de su gata.

Punto y aparteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora