Otras se pierden

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Amelia era el único nombre que seguía resonando en su cabeza a pesar del paso devastador del tiempo.

Ni siquiera cuando el divorcio llegó a su vida tratando de dar un punto final a su relación había sido capaz de dejar de insistir en que no podía dejar ir a la mujer más fantástica del mundo.

¡Qué va!, del universo entero y mucho más.

Porque ese par de ojos almendrados que parecían tener todas las respuestas a sus noches taciturnas habían sido capaces de darle la seguridad suficiente como para llegar incluso a desear ese sueño de una familia feliz que a ella jamás se le había pasado por la cabeza porque si era sincera consigo misma, no tenía ni la menor idea de qué era eso.

Su pasado le había inculcado ese miedo perpetuo de crear relaciones ya que los únicos lazos que conocía era el que tenía con su hermana y con su padre donde cada uno por sí solo era capaz de enseñarle a través de palabras y la ausencia de cariño que el amor era la peor atadura que había creado el ser humano.

Concepto que había creído que era la única verdad absoluta durante veintidós años hasta que todas sus creencias fueron exiliadas de su semblante cuando llegó a ella la luz proveniente de una chica que tenía los ojos más bonitos del mundo ya que estos no tenían telarañas ni heridas sin sanar.

Y es que para Luisita su vida antes de conocer a la morena se podía simplificar en un puñado de momentos incómodos donde había aprendido desde muy temprana edad que callar era mejor que enfrentar o responder, ya que tenía todas las de perder.

Porque no importaba si estaba en lo correcto o no, lo único que importaba es que tenía que sobrevivir y la única forma de hacerlo en el ambiente hostil en el que había sido criada era aprendiendo a soltar la situación y enterrarla lo más lejos que pudiese para no tener que verla nunca más, como si poner sus problemas debajo de la alfombra evitase que toda su casa se llenase del polvo creado por la crepitación de su propio dolor.

Desde niña había entendido que no importaba cuán mal se sintiera o cuánto dolieran sus heridas nadie más iba a ir a su rescate porque los cuentos de hadas no eran reales y en su caso en particular la única persona en quien podía refugiarse frente a lo que pasaba en su casa tampoco era alguien en la que podía confiar del todo, ya que su hermana María también necesitaba salvarse a sí misma de ese mundo caótico lleno de golpes y de castigos sin sentido donde constantemente su padre las ponía a prueba para ver cuál de las dos terminaba traicionando a la otra.

Por lo que Luisita sabía a la perfección que si su hermana tuviese la oportunidad, no dudaría en traicionarla porque era justamente lo que ella haría si se presentaba el momento, debido a que era lo único que ambas conocían y sobre todo era la única forma en que tenían para que los golpes no llegaran a crear nuevas heridas no solo en sus cuerpos sino también en su alma.

Al final del día no habían más opciones sobre la mesa, ambas estaban condenadas a siempre buscar su bienestar frente a cualquier tipo de cariño o relación.

Idea que junto al hecho de que su padre les había repetido hasta el cansancio que la culpa de su actuar era de ellas porque eran quienes sacaban su furia, fue la causante de construir la percepción alterada del mundo de la rubia donde había aprendido que no habían argumentos válidos que la ayudasen a salir de ninguna situación ya que solo habían dos extremos o ella lo había provocado o era mejor huir para liberarse del castigo y luego olvidarse de la situación.

Su mejor método de sobrevivencia había sido justamente ese, aprender desde pequeña a poner su propia muralla contra el infierno que vivía en su casa para así poder tener un poco de tranquilidad, sin embargo, poco a poco ésta comenzó a extenderse más allá de los límites de aquella vivienda y empezó a abarcar todas las calles de su universo.

Punto y aparteOn viuen les histories. Descobreix ara